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Novela histórica 319 —¿Has mentido alguna vez, Orlando? —Sí; de niño. Cuando yo rompía alguna cosa y decia á mamá que la habías roto tú. Pero aún entonces, á papá decía luego la verdad. ¿Mayor? ¿teniendo conocimiento? nunca; no lo recuerdo. Acudo á tí misma por la respuesta. ¿Te he engañado alguna vez? —¿Y no hay cosa más lejos de tí que la hipocresia? —;¡ Horror! Me haces justicia. Oigo hasta con repugnancia la pregunta. —¿Y acabas de decirme «esposa míia»?... —Porque lo eres mi futura, y pronto lo serás realmente mía. —Y vienes ya casado con... ¿con cuál de las dos? ¡Orlando!... he visto á las papistas, á Sor Francisca y á Sor Leona. —¡Raquel!... ¿Crees mi palabra? ¿sí, ó nó? —Sií, nó... no lo sé. Es otro misterio parecido al que dices del amor. Creo tus palabras, y las veo desmentidas por do quiera con tus obras; no las creo, y todas van saliendo ciertas justificadas en tu boca. ¿Qué es esto? Yo no lo sé. —¿Y has podido olvidar mi promesa anterior á mi marcha que al volver nos casaríamos, y mi carta de que venía para casarnos luego? —Pero he leido también la de tu papá dirigida á mamá en que dice más ó menos claro, que arreglen para vosotros vuestro Pala- cio; y sobre todo, al marchar, oi claramente que iba por asuntos de vuestra boda, y que vendriais juntos, 6 él solo primero, y vosotros después de la luna de miel. —Pues ya nos tienes aquí todos juntos y en disposición de asis- tir á tu boda. Eres libre para señalar el día. Y no vuelvo á mi Pa- lacio ni para cenar, sin que lo señales. Pero habla con la razón y no digas mañana mismo. —Una semana. Nada más que una semana de tardanza. —No habrá por mí dificultad. Con que... —¿Y así te vas y te vuelves sin decirme cómo has traido á las papistas y cómo las llevas y las tienes en tu casa? ¿Puedo yo ir estando ellas alli? Son trasladadas á esta tierra extraña para ellas y hasta ene- miga. ¿Con quién mejor habian de venir? Nosotros mismos las acompañaremos á la Comunidad donde son agregadas, pero des- pués de descansar en nuestra compañía unos días, por privilegio y