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AA A AAA a A ” A A AI RS. AP a e med o a pi a tr 318 Equivocación... —No está herida, es nada.—Decía Orlando á todos admitiendo á Frida sólo para que le ayudase á subirla, porque Raquel dificil- mente lo hubiera hecho por su propio pie. —¡Sangre! señorito... —Es nada, Frida. Una insignificante lesión en los dedos. Algún roce... Tráigame V. un poquito de agua fresca y una venda. Yo iré luego al botiquín por bálsamo. Traiga también un vasito de azahar para la señorita, y puede retirarse. Raquel clavaba en Orlando sus brillantes ojos, ahora exaltados. —No me des explicaciones, lo comprendo todo. ¿De dónde po- días venir á estas horas y en semejante coche? Raquel respiraba anhelosa, pero necesitaba hablar. ¡Ah! no lo sabes, no. No sabes toda mi perversión. —Pero sé todo tu amor; y éste ¿de qué no es capaz? Asi, pues, no detalles. Raquel recibía como un nuevo bautismo con las palabras de Orlando. —Repite, repite otra vez, Orlando, repite cien veces que sa- bes todo mi amor, y que él es capaz de esto y de todo. —De todo es capaz tu amor. —¡0h!... pero ¿acaso crees que mi amor es capaz de todo... de todo lo que se refiere á tu amor? ¿Crees también que mi amor es capaz de envenenarte, de asesinarte, y que esto sea amor? —Si, lo creo; y es el amor y tu amor. Aquí tienes las pruebas que no engañan — decía enseñándole los dedos—y gracias que las tengo aquí. Pero tu amor, capaz de todo para mi, de todos los heroismos, de todos los sacrificios reputando nada el de la vida, es también capaz de eso, de todo lo contrario, pues recordarás te he dicho al- guna vez que el amor es un misterioso y divino conjunto de egois- mo y de generosidad. —Tus palabras me dan aliento y vida, Orlando; enferma me restablecen, creo que muerta me resucitaríian. —Y sin embargo... el no creer mis palabras te enferma, te de- vora y te mata. -Yo no sé lo que es este corazón mio. —Es como el de todas las mujeres. Una charada que tiene mu- chas soluciones.

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