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316 Equivocación... Raquel, indecisa, estaba pensando entre uno ú otro Palacio, como antes pensara en si revólver ó veneno. Por fin, sin nada de- cidir, y sin saber por qué ni qué resolver, dió la dirección. Bam- berg, Palacio. Otra,—se dijo el cochero—no me cabe duda que esa doncella se ha dormido. ¿Qué cosa más conocida en Berlín que el judio Bamberg? Y ella no lo ha visto, ni á. su señora más alta que un castillo. Por desgracia Raquel se había ensimismado y detenido en la estación más de lo conveniente. Orlando, cuando llegó con toda la familia á su Palacio, movido por un sentimiento de delicadeza, rogó á todos que subiesen, y que él por todos cumpliría con Ra- quel. Sin saltar del coche se dirigió á saludarla. —¿La señorita? Pero si está en el Palacio de S. S.—le contestó Frida al ser interrogada.—Ha ido á enterarse de que todo está bien preparado. —¡Ah! no he subido. Creía estaba enferma aquí Sin detenerse más bajó á tomar el landó que dejara en la re- gia entrada. Ya tenía la mano en la portezuela y el pie en el estri- bo cuando por el ruido se apercibió que entraba otro coche. ¿Qué puede ser?—se dijo. —¿Una desconfianza acaso? ¿mamá llegaría á eso? Pero aquel coche miserable con su troneo de sardina parecía se avergonzaba y se tenía por indigno de que le cobijase tan rico artesonado. Apenas había pasado la portada y no toda, se detuvo en seco, y de él nadie salía. Raquel se había visto sorprendida al ver en la espaciosa entrada un landó de casa. Con toda precaución sacó la cabeza por la ventanilla. Quiso retroceder, pero era tarde. Orlando la distinguió y fué á ella con los brazos abiertos. Aún traía de la estación el revólver en la mano y el dedo en el gatillo. ¿Qué pensamiento criminal cruzó por la mente de Raquel? ¿qué le sucedió? ¿sufrió realmente un momento de alucinación? ¿cono- ció perfectamente á Orlando? ¿quiso con plena deliberación hacer lo que hizo? Ni ella misma se explicaba después ese caso patológi- co. Lo cierto es que cuando Orlando estaba más próximo, ella le- vantaba el revólver y apuntaba para tirarle un tiro. Aún pudo él, viendo la acción, saltar al estribo, echar al arma su mano única hurtando al mismo tiempo el cuerpo; Raquel des-

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