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Novela histórica 315 Ya se aclaraba algo más, y empezaban á salir gentes andando y aristócratas que ella conscía. Coches particulares y de alquiler, todo iba desaparcciendo con las gentes como por encanto. Una familia muy distinguida y cliente de su papá salía como despidiéndose de otra. Luego ¡Ahí, ahi! La voz fortísima y tan conocida para ella del General, llegaba á sus oidos. Hereford salía con su hijo sin unifor- mes. Detrás dos papistas con hábitos, Sor Francisca de Sales y Sor Leona. A dos pasos sus papás, y todos en dirección del primer landó para servir á las papistas que debían ocuparlo. Útro ocupa- ron Orlando y el General, y sus papás el tercero. Inmediatamente se pusieron en marcha directa al palacio Klopstoch. Raquel quedó allí petrificada, con el revólver en la mano, mirando al grande y negro hueco de la puerta como á una boca de lobo sin estorbo de dientes, apuntando aún sin saber á quien descargar, porque de aquel marco, como por magia parecía haber huido el retrato á vis- ta del revólver. No tardó mucho en darse á todos los demonios. ¡Ah! ¿por qué no eligió en vez del revólver el veneno que condimentase bien toda la cena? A su tiempo hubiera vuelto ella al Klopstoch cuando sin- tiesen ya correr por sus entrañas el mortal corrosivo, para decir á cada uno que aquello era castigo, y por qué, ¡Ah! ella también hubiera comido luego cualquier cosa, porque, para qué quería la vida sin Orlando. Pero ¿qué hace esta señora en el coche todavía si ya no sale un alma y no viene la persona á quien espera? Así empezaba á inquietarse el cochero por la tardanza de Raquel en dar órdenes. Y por cierto que la noche no invitaba á tomar el fresco. Todo se volvía inclinarse desde el pescante á un lado y otro á ver si de al- guna ventanilla recibía una seña. Nada. Alguna vez comunicó á los caballos su impaciencia fustigándolos él mismo voluntariamen- te, á ver si el movimiento y la refrenada con su correspondiente grito á los nobles brutos despertaban de su marasmo á la señora. Encendió su último cigarro, no ya para contenerse, sino para poner un límite á su paciencia, resolviéndose á presentarse en la venta- nilla con la última chupadita. ¿Habría desaparecido la señora en el tropel aprovechando la aglomeración para marchar sin pagar? Pero si no la había visto, y era increíble, € imposible se la pasase...

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