BCCPAM000521-3-32000000000000

Ita a DI 2, 2 it RA 314 Equivocación... sa se ocurre tarde. Bien que tampoco tenia tiempo ni facilidad para procurarlo; pero cuanto mejor hubiera sido veneno. En vez de venir aquí y exponerme á errar el tiro, podía ir al Klopstoch y no sólo era más seguro el efecto, sino que se extendería á todos los causantes culpables de mi infelicidad. A la papista porque me ha robado el corazón, el alma y la vida; á mamá porque me ha matado oponiéndose hasta salir con la suya; á papá porque es un metal incapaz de comprender los latidos, el dolor del corazón de su hija, al General porque ha sido un tirano opresor de su hijo, y á Orlando... porque... 4 Orlando... Y sin ocurrírsele aún el porque á Orlando, llegó á la estación. La hora era intempestiva. Había poquísima gente y casi toda en el andén. Aun tardó el tren en llegar unos seis minutos, Raquel hizo colocar su coche próximo, muy próximo á los carruajes de su casa que estaban en primera fila tocando la puerta de salida. ¡Qué bien desde allí! ¿Quién de la familia saldría primero? Casi lo segu- ro Orlando y el General, dando el brazo á la dama papista, á la malvada que llevarían en medio. ¡Ella en medio! Detrás vendrían sus papás y no sabía quien más, como haciendo la corte á la reina. Acaso el Cardenal. Con gran precaución sacó un poquito la cabeza por la ventani- lla para cerciorarse de que nadie había en rededor. Entonces le- vantó la mano armada como á ensayarse apuntando á la puerta de salida, al medio de la puerta abierta. ¡Ah!... ¡qué gozo! Era imposible no hacer blanco en la papista, en aquella miserable que había conseguido ya su objeto, cambiando por el ornato de una princesa, sus trapos de hipocresía. Todo el hueco de la espaciosa puerta lo ocupará un momento. No se perderá el proyectil, pero lo enviaré directamente al co- razón. A este temor acariciaba pensamiento tras pensamiento, la enloquecida Raquel. Aun estaba apuntando con el revólver cuan- do se oyó el silbido de la locomotora. Ya viene... ya se acerca... ya está en el andén. A poco, un tropel de maleteros que asaltaba la puerta y un in- menso gentío de viajeros que salían, lo invadían todo. Voces, gri- tos, peticiones, ofreciendo brazos, coches, fondas, formaban un cla- moreo ensordecedor, un ruido infernal. ¡Cá...! imposible. Entre ellos no estaba sw familia.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz