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ci A 310 Equivocación... ¿Después?... ¿después?... después suceda lo que quiera—se pre- guntaba y respondía á sí misma—esta ha de ser la última jornada. Ese después... para Raquel, era el escándalo horrible produci- do en Berlín por su familia, por ella, desde el momento de perpe- trado el crimen espantoso que maquinaba. Todo lo tenía ya pensado. Sólo esperaba impaciente el' último y concreto aviso de llegada, y ese aviso vino señalando noche, ho- ra, pidiendo tres carruajes y cena para todos cuatro en el Palacio Klopstoch. Martina debía apurarse doblemente en sus disposiciones, pues Raquel no podía ayudarle y con Bamberg no había que contar pa- ra eso. ; —Hija mía, no puedo apenas cuidarme de tí ni aún para salu- darte, pero sabrás dispensarme. Encuentro á mi llegada este par- te, me obliga á volver después de cenar al palacio Klopstoch, y acaso mañana todo el día esté allí ocupada. Raquelempezaba á fingirse más enferma .¿Lo estaba en realidad? Sí; pero necesitaba aparentarlo más para quedarse legítima- mente en cama por todo el día siguiente, á juicio de todos necesi- tada. Casi toda la servidumbre de su casa estaba ocupada en llevar al otro Palacio la riquísima vajilla, ropas y colgaduras pertene- cientes á los finados Klopstoch. Martina estaba agobiadisima de trabajo, preguntada por uno, requerida por cuatro, pero atendía á todos decidora, alegre, contenta y gozosa. Raquel, por el contra- rio, sentada en la cama las horas muertas dejaba correr el tiempo hasta la noche sin hacer nada. Nada más que ver delante de sí abierto el panteón para alguno ó algunos de la familia, y para ella misma la cárcel, acaso levan- tando el patíbulo... No le importaba nada sin Orlando, y por Or- lando lo intentaría todo. Según el parte, y la orden recibida, ya se preparaban los coches. Ella lo oía todo. Su mamá no debía tardar, y su papá se impa- cientaba mirando el reloj y preguntando á uno y á otro si había venido la señora. Era la hora más indicada para ir por el revólver. Lo tomó y se volvió á la cama.