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Novela histórica 309 su ansiedad y movimiento contínuo, desde las ocho á las nueve, á las diez, á las once, hora en que la camarera, libre de todo testigo de vista, pudo bajar á la puerta y recíbir la carta para su señorita. Raquel estaba trémula. No se atrevía á preguntar cómo le daba sólo la carta. Al salir la camarera echó la llave por dentro, rom- pió el sobre, y desplegando el papel, encarnado, apareció en el fondo esta palabra, tres veces escrita con caracteres de fuego: ¡Sangre! ¡¡Sangre!! ¡¡¡Sangre!!! Y sangre, sangre, sangre ardía en la frente de Raquel, bullía en su cabeza, inyectaba sus ojos, y reafluía toda á su pupila. Al margen, en letras menudillas como patitas de mosca, decía: Respecto del puñal... el arma es volúntaria. Yo sólo me atengo á transmitir las inspiraciones de Dios. (1). Sentóse Raquel en un sillón, trabajaba por reprimir sus impe- tus, y hasta hacía esfuerzos para no levantarse: pues si bien que- ría nuevo impulso para su ya decidida voluntad, el empuje que aquel escrito le daba le hacía temblar y precipitarse. Con una ma- no sostenía su cabeza, con la otra quería calmar los apresurados latidos de su corazón. Pensaba al mismo tiempo con qué, cuándo, de qué modo haría ella una vez para siempre derramar sangre hasta la última gota. Voluntad le sobraba. Preparada estaba para todo. ¿Tendría que volver á salir de casa para comprar algo? ¿Ha- blaría con algún asistente 6 camarero? ¡Necia de mi! De súbito se levantó recriminándose que antes no se le hubiese ocurrido tal idea, y se dirigió á las habitaciones del General. Uniformes, espa- das, todo menos lo que ella buscaba. A las de Orlando. Poco más ó menos lo mismo; pero á falta de un puñal, vió en la cabecera el revólver, lo examinó, estaba cargado con seis tiros, experimentó un gozo indecible, y se retiró llevándoselo. No había andado veinte pasos cuando se detuvo dudosa. ¡Ah! sí, sí—se decía—es mejor no exponerme á que esta arma sea encontrada. Donde estaba la encontraré siempre llegado el caso y nadie sospechará nada, pues no habrá tiempo para que la echen en fal- ta 6 á mí me la encuentren. (1) Todas las adivinas charlatanas mezclan á Dios en su impío oficio, para autorizarse.
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