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Ec o A rt cer rm Am es. ic 308 Equivocación... —Sií. Va sólo á las grandes casas, pero vá si se la llama. Raquel envidió, no á las grandes casas, porque pocas había como la suya, sino la libertad tan grande de que ella carecía. —¿Podéis transmitirle de palabra ó por escrito el objeto de mi venida? La portera comprendió la delicadeza de aquel ruego, y se apre- suró á ponerle delante recado para escribir. Raquel pensó un momento y escribió: Convencida de la exac- titud de su primer augurio vuelvo confiada. Fué culpa mía frustrar * el éxito. Mi debilidad no hundió toda la hoja del puñal, en el co- razón de la esposa de mi amado, mi gozo, al ver sangre, se satisfi- zo antes de tiempo, vive aún la que yo creí ya muerta, y viene aquí mismo casada con el que es todo mi amor. Decidme qué he de hacer. Estoy resuelta á todo.—Es lo que yo necesito, se dijo como todas las charlatanas, mueho dinero y dispuesta á todo.—Us ruego continuaba Raquel—me facilitéis vos misma el puñal, pero sea ahora envenenado, circunstancia que deploro haber olvidado antes. Esperará la contestación mi camerera mañana mismo á las once en punto, en la puerta de mi Palacio antes de llegar á la por- tería. Procure no se le detenga ni un minuto de espera. Puso con el escrito en el sobre un billete de mil marcos, y cerró. ¡Qué tarde, qué noche, y qué mañana pasó Raquel! Miraba el reloj á cada momento. No había de venir la contes- tación hasta el día siguiente, y no obstante miraba y volvía á mi- rar como si hubiese de venir en el instante en que vivía. ¡Y qué agitación! Llevaba el reloj al oído... y andaba tan despacio, su co- 'azón andaba más aprisa. Hubiera querido ella poner allí dentro el corazón palpitante y que á su impulso y latido obedeciesen las saetas en la esfera, dejando atrás su perezoso tic-tac. A la noche, sola en su cama, no quería apagar la luz porque no se veía la hora; y si algún momento rendida creía haber dormi- do, azorada volvia á mirar, y el reloj indicaba la misma hora, el mismo minuto, había transcurrido apenas un segundo. ¡Si esto es vivir!. .—se dijo exclamando impaciente—y se desveló mucho más. Y la impaciencia creció toda la noche, y el sufrimiento aumen- tó toda la mañana, y no hay palabras con qué explicar su dolor,

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