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22 Equivocación... vuestras manos y han acabado por la idolatría. Adoradores furio- sos de Pedro, de Pablo, de María, de Juan y de otros hombres que vosotros adoráis por Dioses. ¿Quién les indujo, quién les obligó á esa infamia y á la confesión y á misa, cosas que antes de vues- tro peligroso trato no sabían, no tenían ni querían? ¡Vamos! que el sol encuentra siempre hendiduras por donde... ¡Oh! perdón, señora. Si el ejemplo, la palabra, el convenci- miento, la persuasión, y lo que es más, si la gracia de Dios les movió á ello... aun en este caso, todo es elección libre de su propio corazón. No podemos dar á cada uno el ejemplo conforme á su gusto y religión, como á cada uno se le dá el caldo, alimento ó me- dicina conforme á su necesidad. Pero bien comprendéis, señora, que aun á pesar del ejemplo, de la palabra, del convencimiento, de la persuasión y de la gracia de Dios, puede el corazón decir, y de hecho dice muchas veces, nó .. quedándose como era, cerrándose á las influencias divinas más herméticamente que las ventanas al sol. ¿Cómo habéis podido pues creer, señora, en la virtud de la violencia, cuando precisamente la fuerza es la mayor debilidad, inutilidad 6 impotencia, tratándose de violentar el corazón? A los enfermos no católicos les proponemos el bien y en esto no les ha- ceros daño, pues nuestra propuesta debe ser también interpretada como pregunta por si son católicos. ¿Nos propasamos en esto? ¿Les perjudicamos? Les queda siempre la libertad de rechazar el bien y quedarse con el mal que ellos llaman bien; y lo hacen á veces insultándonos. Paciencia y Dios sea bendito. Nuestra conciencia queda tranquila, porque Dios no hallará qué condenar en eso. A los nuestros les recordamos sus deberes, no siempre olvidados, á yeces sí, hasta en aquella última hora. ¡Y cuántas veces, sin ese llamamiento, los mismos nuestros murieran como extraños á la gracia! ¡Cuántos, gracias á esta confidencia se manifiestan lo que verdaderamente son, muy distintos de lo que realmente habían tenido interés en parecer! —Pero aun siendo vuestros ¿no es afligirlos más en su estado exigiéndoles en aquella hora un sacrificio molesto y costoso? —¡Oh! es el modo de apreciar la verdadera caridad. Yo ten- dría por cruel y hasta ignorante al médico que compadecido de enfermo, de vuestro hijo, por ejemplo,.por no molestarle con la amargura de la medicina, ó por no contristarle con la amputación

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