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e A rr cr ren ms A e o rm 298 Equivocación. . mita! pero tú me hablaste de justificados presentimientos, y de in justas amenazas. -¡Hijo mío.... cuánto es lo que te debo! El General había comprendido bien la alusión, en la letra y en su espíritu. El Cardenal vió la cosa tan bien preparada que juzgó más oportuno y prudente haberse de un modo pasivo, dejando ha- blar á padre é hijo. De vez en cuando bendecía la Providencia de Dios por los medios tan ocultos como innumerables que emplea para atraer los hombres ciegos á las más deslumbradoras clari- dades. El General quería rendirse á la gracia que iluminaba su frente, que movía su corazón con suaves solicitaciones. Pero... todo el horror de su vida, toda la responsabilidad de sus actos, todos los compromisos con la masonería, toda la deshonra de su temida muerte, todo, todo en un solo punto, lo tenía el General agolpado y presente en su memoria. —¡Qué imposible es, Cardenal todo lo que conozco me convie- ne! —dijo Hereford como sacudiéndose violentamente para sacar á flote un pensamiento del intrincado laberinto de su conciencia. —¡0h! Excelencia. Yo espero se ha de remontar más alto. ¿Habrá permitido Dios tal-cúmulo de acontecimientos sólo para avergonzar- lo y humillarlo? No, no. Es más positivo Dios. Sursum corda. Le- rante su corazón y pensamiento, y lo verá. Es para que se reco- nozca, es para que se arrepienta, es para perdonarle, es para salvarle, ¿Puede mi General dudar de eso? ¡Niéguelo! á ver, niéguelo. -—Papá, yo sé lo que más temes de todo. —La muerte, hijo mío, la muerte es lo que temo. —No, papá, no es eso lo que más temes. ¡Ojalá fuese la muerte! Vivirás preparado, y debes prepararte en todo caso. Lo que más temes es vivir desacreditado, es el morir luego deshonrado. —Y puedo evitar ninguna de esas dos cosas, si arrepentido accedo á vuestros deseos? -Las dos papá, las dos puedes evitar. —¡Hijo mío! si sabes bien mi comprometido estado y eso dices, dispénsame te diga yo, que estás loco, ó yo estoy ciego. -Sea así papá; como tú quieras. Pero díme ¿está ciego ó loco S. E. R. el Cardenal?

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