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il cm A A ADEIT a a a a ec er ii ya A [A A ers viajar hasta Berlín, donde nuestra familia quisiera conocerla y cuidarla. Yo le debo la vida, y toda mi familia gratitud. —;¡0h! eso sería ahora imposible, Mr. Sin embargo, dentro de ocho días y con todo cuidado... ¿Mr. quiere ver la herida? diré la cicatriz. —No, Dr. Agradecemos inmensamente la atención. Padre é hijo se retiraron para que Beaumont hiciese el recono- cimiento diario acompañado sólo de la Superiora. —Papá ¿cómo te encuentras? —Afectadísimo, hijo mío. —¿Tendrías gusto de que Sor Leona, cuando sin perjuicio suyo pueda viajar, viniese á Berlín? —¡Gusto! muchísimo. ¿Pero tú ves esto posible? —$í. ¿Acaso no fué de aquí á N...? Lo mismo puede ir de aquí á Berlín. Tienen también en Berlín hospitales particulares que sostienen los católicos. Y caso de que no tengan comunicación con las casas de Berlín, yo sé que hay medios y no se me negarían. —Pues tú mismo arréglalo. —Si pudiésemos llevarla ya con nosotros... —¿Oómo puede ser? —Lo diré luego al Doctor; después de la visita. Este, interrogado al salir, manifestó, que en término de diez días y con todas las precauciones confortables, no habría respecto de él inconveniente ninguno. —¿Ves, papá? Es cosa de avisar á Berlín que anoche llegamos bien y que probablemente nos detendremos aquí cuatro días más. El funeral ha dé celebrarse también uno de estos días, y yo aún tengo otro asunto entre manos. Al despedirse el Dr. Beaumont, Orlando le rogó con todo encarecimiento se interesase doblemente por la Religiosa en todo aquel tiempo. —Rvda. M. Superiora, V. no sabe lo que hemos tratado, y sin du- da ha de sorprenderle. ¿En qué forma podía ser permitido á Sor Leona pasar á Berlín, con hábito ó sin él? —¡Oh! la Superiora General podía darle una obediencia absolu- a ó temporal, entendiéndose antes con la Superiora de aquellas casas de Berlín. Más esto no lo hará... " —¿Necesitaría yo acudir al Santísimo Padre Pío IX?

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