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Novela histórica 293 Que al mismo tiempo de abrir los ojos, la anciana levantaba el puñal como enseñándoselo á sí misma para su satisfacción, y al verlo tinto, ¡¡¡sangre!!!...—exclamó con voz natural—¡¡¡Orlando es mío!!! Yo había cerrado ya los ojos, y Otra vez los abrí al momento. Aquel timbre de voz no me era desconocido, y tu nombre me sor- prendió. Toda espantada me fijé en ella. Ya se quitaba de la cabe- za una peluca blanca, se pasó un pañuelo por la cara, yo tenía mi vista fija en su rostro hermosísimo y la reconoci. ¿Qué hora sería? no lo sé, pero era bastante más de media noche. Yo había dormido profundamente el primer sueño. Me dejaba viva, pero yo no sabía si quedaba sola ó si volvería á matarme. Después de un buen rato en que no me atreví ni á respirar, no oía ruido, me sentía desfalle- cer, grité ¡socorro! dos ó tres veces, pero él esfuerzo precipitaba la sangre, no me quedaba más remedio que apretar la herida con la ropa, creo que nadie vino á socorrerme, ya mi cabeza daba vueltas, debí perder el conocimiento, gracias á Dios antes de mo- rir me encontre aquí. Después me han dicho que-una Hermana ha- bía ido á relevarme y que llena de espanto viéndome ensangrenta- da, bajó á la calle pidiendo auxilio. ] —¿Vive Raquel? ¿está bien? ¿le ha hecho algo la justicia? ¿có- mo es que papá no sabe nada? Supongo, pues, que nadie lo habrá sabido. —Nadie, hermana mia, nadie. ¡Providencia de Dios! Sólo yo lo sabía ¿y para qué decirlo? —¿Y tú como lo has sabido? —Lo supe luego por ella misma, porque de tí fué á parar á mi. —Pero ella ¿de dónde vino aquí? ¿tú sabías que venía? —Nada sabía. Salió de Berlín. —¡Oh! ¿Y por qué me hizo esto á mí? ¿No sabe que yo tengo voto de pobreza y en nada había de perjudicarle? Tú desde N... escribirías algo á papá despues de nuestras conferencias con el Cardenal. ¿Supo ella que éramos hermanos? —Nada, nada. Precisamente por no saberlo, porque yo no de- bía comunicar á nadie, nada. Es que... —¿Si no es molestarles?... —Todo lo contrario. Pase, Doctor, y digame que esta enferma está tan bien que sin peligo ninguno puede salir luego de aquí y

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