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Novela histórica 291 bajo de madera, un jergón viejo en cuatro tablas sobre pies de hierro á lo soldado, era todo el ajuar que habia en aquella misera- ble vivienda. Poco mejor estaba alli que en su primitivo calabozo. Cuando el preso distinguió á Orlando que se asomaba por la reja de la puerta cerrada, por primer saludo le dijo: —¡Hola!... Dáme un habano. — ¡Silencio! Le increpó el vigilante. Orlando se sintió herido de aquella palabra bruscamente pro- nunciada. Le echó los cigarros que llevaba, y mientras el preso los recogía le echaba también la cigarrera, joya riquisima de pla- ta cincelada con incrustaciones de oro y nácar. Era regalo de su hermana Raquel. El encarcelado, al contacto de la alhaja y sonido de las mone- das que Orlando incluyera, levantó los ojos admirado y como para agradecer, pero vió sólo á los gendarmes, y las gracias quedaron en su boca. Orlando, al echarle la petaca, se había retirado, no sólo por la impresión desagradable que le causara todo aquello, sino porque el rigor del vigilante le había hecho verdadero daño, y no quería exponer el infortunado á pronunciar más palabra. —Vuelvo—dijo Orlando á la primera autoridad civil —para agradecerle sus bondades; y me permito rogar á V. me indique el medio de mejorar hasta donde sea posible la suerte de ese des- graciado. ¡Oh! se puede, á cargo suyo, Mr. darle mejor comida, vesti- do y cama. —Me siento muy reconocido; y su bondad me infunde aliento y esperanza para pretender más. La primera autoridad irguió la cabeza, pero Orlando continuó: —Creo que sin lesionar los fueros de la justicia se podría sacar de ahí á ese anciano, y ponerlo bajo la inmediata asistencia y única vigilancia de las Hermanas, en una sala privada y distin- guida. La autoridad estuvo á punto de ordenar el arresto preventivo y la incomunicación de Orlando. No obstante se contuvo arteramen- te un poco más para sonsacar y sorprenderle en algo, y por eso le preguntó: A .- e -. $

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