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A TT E 288 Equivocación... La Religiosa se arrepintió de haber empezado para tener que cortarse á la mitad. —Me interesa tanto saberlo, bueno ó malo... —Ha contestado —continuó la Superiora, echando su mano á la frente, que va á escribir ¡Jesús!... 4 todos los demonios del infier- no, que vengan por ella y que la arrojen al mar, para que allí se junte con... no recuerdo qué nombre ha dicho, con su marido de- be ser. Y la pobre señora, aseguro á V. que si en algo le faltó, lo ha llorado bien toda la vida. Ha vivido bien cristianamente arrepen- tida, pidiendo á todos perdón, confesando y comulgando con fre- cuencia, y perdonando á todos como Dios manda. Orlando pensó que no podía detenerse ni indagar más por en- tonces y fué á buscar á su papá. Estaba inmóvil. En la misma ac- titud de llanto en que le había dejado. Pero era necesario dis- traerle de su dolor y no bastaban las reflexiones. Debía ir á la al- coba de Sor Leona, pero sosegarse antes, no llorar, y salir por lo menos en apariencia tranquilo, para no llamar la atención de nadie. Desde cierta fecha venía sufriendo tanto el General, que él mismo no se reconocía ni sombra de lo que había sido. El, con for- taleza bastante para mandar todos los ejércitos de Alemania, si á sus órdenes los pusiesen en campo de batalla, desde que pasó por la penitenciaria de la logia, aquel roble parecía sentir ya los efec- tos de la carcoma; y crujía, y temblaba, y á cada instante creía tener aplicada la segur á raiz de su existencia, y que una mano alevosa, invisible, concluiria de un golpe en un momento con su vida. Por eso se sentia abatidisimo, oprimido interior y exterior- mente. ¡Qué larguísima cadena de acontecimientos había traido en pos de sí aquel primer eslabón que él fabricara en algún tiempo! Le horrorizaba sólo pensarlo; y no sabia ni la mitad de todo lo suce- dido. Pero sabía lo suficiente para deducir que de toda aquella es- piga, que de toda aquella cosecha de desgracias, él había sido el primer grano semilla. Obedeciendo como autómata, como ciego guiado de lazarillo, tomó la mano que su hijo le ofreciera, y los dos se dirigieron á la alcoba de Sor Leona.

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