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Novela histórica 287 Pero ¿sabía Orlando donde estaba tal abuelito? Pregunta más desconcertadora y á que menos supiese contestar, no se le había hecho nunca. Lo mejor que pudo se desentendió de su hermana, diciéndole: —Papá vendrá aquí primero. Vuelvo luego acompañándole, —Los dos, los dos, Orlando, que venga con mamá; los tres, que vengan con mi abuelito. Orlando, ante todo, buscó á la Superiora para preguntarle si la señora finada tenía algún pariente en Bayona, ó cerca. —Si, sí. Sé que tiene á su padre aquí en el hospital, asilado hace muchos años. Yo no llevo tantos en esta Comunidad. No le Conozco. —¿Puedo verle? —Perdón, Monseñor; es imposible. —No pretenderé un imposible. Pero á lo menos, ya que perso- nalmente no pueda verle, V. será tan amable que... —¡Oh! es que nada sabría decir á V. respecto á él. Las Religio- sas no vamos donde él está. Tiene una habitación casi totalmente separada del hospital. Aquí lo trajeron de la cárcel hace años, y estaba, y está incomunicado y bajo la acción de la justicia. Todas las Religiosas saben eso, y no se qué rumores de asesinato, pero ninguna sabe más. Día y noche le vigilan alternativamente dos empleados de la justicia, y los mismos hacen de enfermeros y car- celeros Creo que antes, incomunicado sí, pero tanto en la cárcel como en el departamento actual, ocupaba sala distinguida á todo pago. —¿Le comunicarán la novedad de su hija? —¡Oh! Monseñor, no le conviene que le hablen de ella. La odia de muerte y se sulfura cuando en arrebatos de ira la nombra á ella y no sé á quien más. Y cuente que hace muchos años que ni sabe si aún vive. —Y bien, ya ha muerto. Quizás ahora... —¡Oh! lo sabe ya, Monseñor. El mismo médico que ha estado aquí y extendido el certificado de defunción, es también el de se- mana para allí, y se lo ha dicho. En mala hora. —¿Por qué? —Porque en el acto se ha encrespado, ha tenido un arrebato de furor, y ha contestado...
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