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Novela histórica 285 —Doctor,—le dijo Orlando, colocada ya la difunta sobre la ca- ma y tapada—quiero que se embalsame su cadáver. El galeno abrió los ojos tan sorprendido y dibujó al propio tiempo tal sonrisa en sus labios, que Orlando tuvo de preguntarle muy serio: —¿De qué se extraña V., señor? No repare en gastos. —¡Oh! Es que aqui... —Busque, llame, traiga todo lo conveniente y á quien sea ne- cesario, y hágase. Es mucho lo que yo debo á su hija. Y si estando en Berlín, al saber la muerte de Sor Leona lo hubiera ordenado se hiciese con ella, estando yo aquí no quiero sea menos su señora madre. Y se hizo todo á su costa, lo mismo que funerales espléndidos. Rogó á la Superiora no decir nada á la enferma sin prevenirla él poco á poco. Orlando se había fijado que la madre de su enfer- mera llevaba en ste dedo un magnífico anillo, con una sola piedra grandiosa. Pretextando rezarle + Padre nuestro, fué y se lo sacó rezándolo. De oro y la piedra preciosa. No fué su intención en absoluto llevárselo. Su valor intrínseco era lo de menos. De una rápida ojeada vió la inscripción que el anillo llevaba por dentro, y se lo guardó. Po- día caer en otras manos, y acaso aquel anillo... Sin separarse aún y como quien consulta la hora en que ha muerto, abrió el reloj en su doble tapa, la miró y miró el rostro de aquel cadáver. ¡Qué desfigurado estaba! Pero sin duda era ella. Lo tapó y se retiró. Pidió á la Superiora una habitación reservada, y á ella llevó á su padre. "apá—le dijo entregándole el anillo y el reloj; —esto debéis guardarlo vos, y no hagamos conversación sobre ello. Pero hizo que su papá, antes de guardarlo, se fijase lo mismo en el grabado del anillo que en el retrato que llevaba la segunda tapa del reloj. —¿Conoces esto, papá? —5i, pero ¿quién lo ha puesto aquí? Yo jamás lo había visto. —No lo sé. ¿Recuerdas que me diste esta joya por la primera nota de sobresaliente en mis estudios superiores hace nueve años,

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