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Novela histórica 283 mera, cuando Orlando estaba aún en el marco de la puerta bañado por la luz, detúvose un momento admirada de aquella presencia varonil, y de la cadena de reloj que el visitante llevaba. ¡Cosa más singular! —Dijo para sus adentros.—¡Y tan joven!..—iba pen- sando. Salió, si, la vieja enfermera, pero resolviendo, que no deja- ría ella marchar á aquel huésped sin mirarle bien de arriba á aba- jo, si ya no le hacía alguna pregunta. ¡Y si pudiera ver ella des- pacio el reloj de aquella cadena, y verlo por dentro! ¡Ah!.. Con estas curiosas preocupaciones caminaba despacito, cuando á cuatro metros de distancia distinguió perfectamente á la Superio- ra y compañía. —¡Ah!.. ¡¡¡Le...!!! —Quiso pronunciar algún nombre y no pudo. El General precipitó el paso para que no acabase de caer aque- lla anciana á quien casi veía en tierra. ¡¡¡Dios Santo!!! ¿Era?.... La Superiora buscaba socorro. El General tenía abrazada á la infeliz, pero temiendo por sí mismo que no podría sostenerse y caería también al suelo. Además del rostro, se había fijado en un magnífico anillo que la accidentada llevaba, y que jamás quitara de su dedo, aunque le venía grande. Hereford había visto algo se- mejante. (1) Aquel ¡Le..... vehemente y penetrante con que caía como herida por un rayo, se dejó oir en la alcoba de la enferma, y ésta levantando la cabeza de súbito dijo: —Mi mamá ha tropezado ó se ha caído. —¿Tu mamá?.. ¿Era tu mamá una señora que salía cuando yo entraba? —SÍ. —Nunca me habías dicho que..... (1) Algunas viejas asiladas le llamaban «el demonio» porsu color; y por causa del precioso anillo le añadió alguna otra marisabidilla, «transfigurado en ángel de luz». El demonio eran aquellas viejas con la pobre enfermera de Sor Leona. Pero lo cierto es que aquella pobre con aquel anillo, parecía uno de esos nobles enteramente arruinados á quienes sólo queda la caricatura de su riqueza, la buena educación, finos modales y cortesía. Era algo semejante á esos antiguos palacios cuyos ventanales y claraboyas se quiebran azota- dos por el viento huracanado y no hay con que reponer las vidrieras; una gotera pudre el artesonado, y perece la obra de arte porque le cuesta menos dejarla perecer que componer el tejado; los papeles de los salones caen sucios á pedazos, y se arrancan para que no cuelguen. Sólo queda en tales edificios para mayor dolor y escarnio, el frontis de heráldica, la fachada con escudos de nobleza.

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