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RETA 2 OO ED RA A e 282 Equivocación... francos para su pronto restablecimiento, entonces la joven enfer- ma y la vieja enfermera contrastaban visiblemente. Aquella sonreía con inocencia, y ésta, huraña, mostraba des- agrado, desconfianza y ceño. Parecía como si la ambición ó la envi- dia produjese tan distintos efectos y las separara. Un día, la buena vieja tuvo valor para decirle, al retirarse la Superiora, que le ha- bía traído noticias: —$or Leona, no se fíe de militares, que son como las víboras; atraen con su color y dibujos, pero muerden mortalmente, y matan ó dejan heridas, envenenadas por lo menos. ¡Suceden cosas tan ra- ras en el mundo! Sor Leona entonces naturalmente por reconocimiento á su en- fermera, apagaba su alegría, dejaba extinguirse poco á poco la son- risa en la boca, y así la vieja quedaba tranquila y complacida. La portera del hospital anunció con la campana visita desconocida y de atención para la hermana herida. Esto era ya llamar al mismo tiempo á la Superiora que era quien debía recibir en tales casos. Orlando, al saludarla, se le dió á conocer por el Coronel que desde N... y desde Berlín se interesaba por Sor Leona. Y luego presentó á su papá. La Superiora, después del saludo, caminaba poco á po- co refiriendo al General la historia del crimen que aún ignoraba, y le decía que parecía aquella casa infernal, pues ni rastro de la vieja enferma se había descubierto. Al oir la campanilla del hospital, la anciana enfermera de Sor Leona se levantó, tiró sobre la sillita la media que trabajaba co- giendo y dejando puntos, apresuradamente arregló y estiró un po- co la ropa de la cama y la toca de la monja, y se retiraba muy des- pacio, pidiendo permiso á un pie para mover segura el otro. Ya Orlando, acompañado de otra Hermana, entraba en la alco- ba de la enferma. Su papá venía aún escuchando la premiosa rela- ción de la Superiora. —;¡Sor Leona!..—decía la Hermana desde la puerta para Hamar la atención de la enferma—;¡qué visita! ¿eh? el Coronel prusiano. La enfermera, saliendo, al pasar por cerca de él, hizo una incli- nación de respetuoso saludo al arrogante joven que frisaba en los 94 años. Este saludo pasó desapercibido para Orlando, pues él, presuroso, buscaba en la obscuridad la cabecera de la cama para decir proato á Sor Leona una palabra al oído. La anciana enfer-

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