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20 Equivocación... —Igual, señora, igual; porque ni del soldado pobre ni del coro- nel agradecido han de recibir nada nuestro esposo ni nuestros hijos, —(Que no os comprendo. —No los tenemos, señora. Y para nuestra frugal vida en alimen- to y vestido basta muy poco, quedándonos todo lo demás volunta- riamente prohibido. A aquella pobre protestante no le cabía en la frente tanta dife- rencia entre sus mercenarios y asalariados enfermeros y enferme- ras, y las tales papistas, que prescindían de padres, de esposos, de hijos, de familia, de sí mismas, de patria, de amigos ó enemigos, haciendo de todos hermanos en Jesucristo, esperando por igual del coronel y del soldado... la retribución del cielo. ¿Y si el enfermo que habéis de cuidar es contagioso ó enemi- go como os sucede ahora?—Martina recalcó algunas palabras con dañada intención y quiso proseguir. La Religiosa, con todo el dolor de su alma, viendo á su querida Francia vencida y humillada, se apresuró á contestar: Señora, yo no he preguntado, si se trataba de tisis, de tifus, de cólera ó de viruela, cuando me han enviado á cuidar á vuestra hija. Y en cuanto á enemigos... Dios.no tiene más enemigos que el pecado. —i¡Ah, sí, sí. Ya había oído que en vuestra astucia las papistas tenéis salida para todo. Esto dijo Martina; pero en su interior pen- só muy de otro modo. Pensó que los enfermeros y enfermeras que ella conocía, sólo renunciaban, no á los goces de la vida y familia, sino á asistir á los enfermos de enfermedad contagiosa. Y pensó también que debía reformar mucho su juicio respecto á las exage- radas papistas, encontrándose por entonces ante una que en su se- reno y hermoso rostro, en sus distinguidos modales y en todas sus palabras, se revelaba una mujer muy superior á cuantas había cono- cido. No era posible que aquella ilustrada y encantadora joven hubiese abrazado su despreciable estado, por no trabajar, por bus- carse la vida ó por falta de un amante marido. Mas fácil creería ella que amando no habría sido correspondida. Pero si precisa- mente recordaba aun la indiscreta pregunta de su. hija, á la cual tan pronto y con tanta convicción contestó, que siempre había amado y que siempre habia sido correspondida. ¿Sería hija del crimen? Rechazó la idea por indigna y para no aparecer tanto tiem-
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