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TRAS 1 2 TARA TEA = A O — 278 Equivocación... al pronunciar su adorado nombre, sólo mis ojos fijo en él. Mi pen- samiento y mi corazón van más lejos, llegan hasta tí, á penetrar tu pensamiento y corazón y fundirse en ellos. Es un destello mi Orlandito, un destello nada más, un rayo-tuyo, sol espléndido que iluminas y abrasas todo mi ser. Ven, Orlando; estaré en invierno y en tinieblas hasta que vuelvas á Berlín. Así por el estilo fueron escritas las cuatro ó seis cartas más que Orlando recibió en N... corriendo la misma suerte, pues no leyó ninguna. Ella no extrafñiaba que no se las contestase, pues ya sabía la amputación de la mano, y ¿4 qué amanuense confiar sus secretos? Pero la sorpresa sobre toda ponderación para Palmira fué al encontrárselo en Berlín sin más aviso. Ella iba con su niño á casa de sus papás. Orlando volvía de su visita al Duque Norfolk, los cocheros pen- saron en las antiguas inteligencias de sus amos y que ésta sería una de tantas. Los dos amantes extrañaron la detención sin previa orden, los dos miraron, los dos se vieron, Orlando sin llamar la atención hu- biera querido huir, pero los dos se hablaron. Ante el niño presentado, Orlando bajó los ojos avergonzado. Á ella, sólo le dijo que entre los dos debía concluir alguna vez lo que jamás debiera haber empezado. ¿Sus cartas? No las había lei- do.—¿No? ¡Ah! pues diré en una sola, y larga, cuanto decía en to- das ellas. —No lo hagas, Palmira; no tendrían correspondencia. Te lo devolveré todo. sin abrir, y por correo ordinario. —No lo haré, porque jamás me convenceré de que no las has leido. —¿He mentido alguna vez? —Pero Orlando, ¿eres tú? ¿has venido en sano juicio? —Nos detenemos demasiado. Siento todo lo sucedido entre nos- otros, la ofensa á Dios, y la falta de fidelidad al esposo y al amigo. —¿Y este tu hijo, Orlando, este tu hijo? —Creo no se verá en la necesidad de acudir á mi; y mucho lo siento. Hubiera querido él educarlo. —¡Orlando!... te espero hoy mismo por la tarde en el paseo del