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276 Equivocación... Algo también se hablaron, muy poco, ¿qué?.. ¿cuándo mejor?.. ¡Ah! Ella... después de casarse... no quisiera ser adúltera y ofen- der á su marido... pero antes... * * . Y después... Orlando quedó más ciego que nunca; y ella apasio- nada, sin freno, y para siempre. Inmediatamente se estableció entre ellos el correo secreto y la correspondencia contínua. De ahí los regalos, las citas antes y después de casada y los convenidos encuentros en coche ó á galo- pe tendido. Orlando, para las primeras vacaciones ó veraneo en Baviera después de este día, se arrancaba de Berlín. Algo dejaba atrás que completaba su vida. Ya en Vet-Oetinga no había de ver á Palmira, lo menos en tres meses, y por más que reduplicaba y multiplicaba la correspondencia, aquel tiempo larguísimo le parecía un arenoso é inacabable desierto que hubiese de pasarlo á pie, sin la esperan- za de un oasis. La pena se le aumentaba porque allí con la ausen- cia de Palmira se le hacían más presentes los papeles de su padre con su indirecto deseo, para él equivalente á un precepto. A veces, por sustraerse al sufrimiento, á la nostalgia, releía los papeles de su papá, y luego que notaba formarse un buen propósito en su corazón, buscaba Jibros y más libros para defenderse de aquel asalto que la virtud quería darle. Y él se encastillaba en su flaqueza, se hacía fuerte tras la pasión, y le parecia imposible que la virtud llegase hasta alli y le conquistase. Ya habian media- do las conferencias con el P. Ignacio. Otras veces se le figuraba que su papá tendría pena por lo mucho que tardaba en resolverse y anunciárselo, y entonces miraba las cosas bajo otro aspecto, por otro prisma, y se encontraba entre dos aguas, sin determinarse por una ú otra corriente. Conocía ya lo mejor y lo aprobaba; pero se- guía lo peor. ¡Era tan duro romper con Palmira! ¡Se creía tan libre protestante y tan responsable católico!... Y era la primera proyidencia que debía tomar siendo cató- lico... Romper con Palmira. Si ya para ser católico no era primero el rompimiento una conditio sine qua non. Conozco la verdad, se de- cía, pero no tengo fuerzas para dejar el error, mientras no las ten- ga para dejar á Palmira. En estas disposiciones de ánimo recibió aquella cartita color

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