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Novela histórica 275 por llegar de puntillas levantando los tacones casi á punto de per- der el equilibrio. No llegaba tampoco, pero por muy poco. Orlando en posesión de toda su gallardía, con una sonrisa ami- ga para Enrique y para Palmira una mirada de fuego, alargó su mano, tomó antes que el melocotón la mano de Palmira, y ésta con tal ayuda cogió la fruta. Al mismo tiempo sintió que la opri- mía entre el melocotón y sus dedos. Orlando á soslayo miró á En- rique. Palmira miró de frente á Orlando y vió que en sus labios comprimidos se dibujaba un beso con intención de imprimirse. Palmira no supo luego qué hacerse con el melocotón, Hubiera querido guardarlo... hubiera querido comerlo... Enrique no supo interpretar esa duda. Se lo tomó de la mano pensando darle el primer gusto, y al mondarlo para los tres, Palmira sufría—Orlan- do lo notaba—porque la piel era arrojada á tierra. Por la noche quería bajar á recogerla antes de acostarse. Muy de mañana vió con pena que ya se la habían llevado los pájaros y hormigas. El infeliz Orlando se quemaba cada vez más, sentía la quema- dura cada vez menos y se acercaba con más afán al fuego. Siem- pre se retiraba á casa con una nueva herida. Muy arrepentido y sin enmienda. Otro día los Duques de Waldersece dispusieron una cacería en sus vastas posesiones. Asistieron todos. Por desgracia, la condesita Schatslaser, la amiga de Palmira, fué arrojada de su brioso corcel al saltar una zarza en seguimiento de un gamo, y se dislocó un brazo. Cundió la noticia. El más interesado en llegar pronto era linrique para presentarse en nombre de la familia. Orlando y Palmira se encontraron en otra dirección, y al sentir que cesaba el clamoreo de los perros, se detuvieron. ¿Qué pasaba? Si la mirada pudiese también transcribirse y enviarse por co- rreo, estaba resuelto el problema del lenguaje universal. La mira- da sería la lengua de los pueblos y el mundo una misma familia, una sola nación. Pero si no es para transcribirse y enviarse á distancias, es la más elocuente para hablar cara á cara, y Orlando y Palmira en una sola mirada agotaron el diccionario del amor, y se expresaron toda una biblioteca de tiernos sentimientos, de encendidas pasiones y mutuos afectos.

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