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GAO. ¿AMECA CASA AAA SERA dt AR TELA EAT as 272 Equivocación. . que él hubiera podido pensar, y aparentar ignorancia infantil para que el amor creciese en él, y sobre todo se animase á demostrarlo. Orlando estaba en alta mar, muy lejos ya del puerto do pensaba él echar anclar y quedar siempre refugiado. Por nada hubiera querido él suplantar el terreno á su amigo del alma; pero era bien duro de guardar aquel honor debido á la amistad. No. El no come- tería jamás esa villanía, no haría nunca traición, ni intentarlo si- quiera; pero tenía pena de que su amigo se hubiese adelantado. Y no le cabía duda de que él era preferido; pero las cosas estaban ya adelantadas y las dos familias convenidas. Además tenía él una contra casi invencible. Hablar á su papá, á Martina, de casarse y no con Raquel, era darse certificado de locura. Esas palabras no podían salir jamás de su boca no estando loco. Pero una de las locuras, y la más atrevida, porque pasa por todo es el amor; y tan cautivo de él se veía Orlando cada día que pasaba, que llegó á inspirarle celos, pena y tristeza su amigo, y hasta se hubiera alegrado de un inconveniente insuperable, de realizar la boda, no siendo por su culpa, para seguir él desde en- tonces con otro carácter distinto del de triste acompañante. Pron- to se hubiera pasado la mano por la cara, y salga lo que saliere, hablar en casa. Pero ese inconveniente apetecido y soñado nunca aparecía ni en la familia del Duque, ni menos en la de la baronesa. Todo lo contrario; los preparativos iban en aumento. Enrique cada vez más enamorado, Palmira cada vez más obsequiosa con él, sin de- jar por eso de mostrarse cada vez más afectuosa con Orlando. Es- te sufría en silencio y trataba de ocultarlo y de ocultarse. Con mil pretextos de imposibilidad y de indicaciones de fami- lia por sus largas ausencias de Palacio, se propuso aclarar las vi- sitas dejando que su amigo fuese solo. Y hasta pudo contenerse sin ir una semana. Imposible resistir ni un día más. Enfermaba visiblemente, y sus zozobras y sus violencias y sufrimientos fueron sólo comparables á los que Palmira había igualmente soportado, según tiempos des- pués le manifestó en intimas confidencias. Cuando pasada esa interminable semana volvió á casa de la baronesa, Enrique le saludó levantando al aire la mano. Quería decirle que no hiciese ruido, que no se moviese de la puerta, que
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