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Novela histórica 19 —De todos los desgraciados, señora. Es el tratamiento que se nos dá y nos damos. —¡Ah! sí; que ustedes, las papistas, he oído decir que con muy mal gusto á todos tratan de hermanos. —¡Perdón, señora! Es sólo á los pobrecillos para inspirarles confianza. A los demás tratamos según su alta jerarquía, aunque todos somos hermanos, como hijos de Dios. —Decidme, Sor Francisca; ¿conocéis al herido, al hijo del Ge- neral? Señora, no lo he visto. ¿Pues quién le asiste? —En las salas de distinguidos, la asistencia está encomendada á otras hermanas más antiguas. ¿Y son bien educadas, instruidas y discretas como vos? —¡0h! perdón, señora, gracias. Y respecto de las hermanas, es- tad tranquila. Cuidan al hijo del General como á su propio hermano. —¿Y qué grado tienen las enfermeras que le cuidan? —Señora, después de la obediencia á la Superiora, nosotras no reconocemos más grados que los de la caridad. En todo lo demás somos lo mismo. —Así, pues, la Superiora ouida á Orlando. ¿Y qué grado tiene la Superiora? —Señora, la Superiora es para cuidarnos á nosotras y nosotras cuidamos á los heridos. Por lo demás, la Superiora, dejando de serlo, es igual á todas, siendo Superiora nos rige y gobierna. —¿Y cuidáis también á los sargentos, á los cabos y soldados? —Sí, también; lo mismo. —¿Cómo lo mismo? ¿Las mismas que asisten á mi hijo, asisten á soldados? ¿Pues no hay gran diferencia entre soldados y jefes? —¡Oh, señora! Perdonad. Las diferencias las establecen los hombres según sus posibilidades y estados. Nosotras las debemos respetar y respetamos. Pero con igual diligencia, interés y cuida- do que á jefes, asistimos á sargentos, á cabos y soldados; porque para nosotras son todos más que hijos de generales. Son hijos de Dios y desde esa altura miramos las obligaciones de nuestro estado sin aceptación de personas, porque no la hay en Dios. —No os comprendo. ¿Puede dar á vuestro esposo, á vuestros hijos, para hacer frente á la vida, igual compensación un coronel agradecido que un soldado miserable?