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CAPÍTULO XVIII La mirada es lenguaje universal rr Enrique, heredero del Ducado Waldersee, era un jo- f ven de vulgarisima apostura, pero de buen talento y =23 mejor corazón. Había hecho toda su carrera con Orlando, y desde el momento en que ambos notaron que sus inteligencias descollaban entre sus condiscipulos y que los dos con justa razón se llevaban las mejdres calificaciones en los exámenes, simpatizaron extraordinariamente en vez de producirse en ellos esa natural rivalidad por cual de los dos habia de tener la supremacía sobre el otro, y sobre todos. Eran lo que se llama dos cuerpos, pero una sola alma, un solo corazón. Enrique era más noble, Orlando era más rico. Los dos contribuían admirablemente para ser.en todo, por todo, y siempre, los aristócratas entre toda aquella aristocracia de cole- giales. No había función de gala en el teatro, ni baile de etiqueta en la corte ó en particular palacio, ni centro del que puede gastar, se divierte y goza, á donde ellos no asistiesen indefectiblemente, causando después envidia á todo el colegio que debía contentarse con saborear referencias. Veinte años tenía Orlando, veintiuno Enrique, y hacía tiempo que las conversaciones de los dos versaban sobre una joven baro- nesa que nada tenía de linda, pero que tenía mucho de hechicera en sus palabras llenas de chispa y de agudo ingenio. De los dos jóvenes era admirada Palmira, baronesa heredera

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