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Novela histórica 9267 pues dormía muy poco de ordinario, y si no estaba enferma, aún después de una función de teatro ó un gran baile de gala acos- tándose á las dos ó á las cuatro, no por eso dejaba de levantarse á las once. —Quiero que desayunes antes y luego puedes dormir cuanto quieras. —No quiero desayuno; no tengo ganas. —Pues empiezas bien á cumplir el encargo que te han dado de cuidarte y restablecerte completamente para cuando vuelvan. —¿Y á tí te han dado algún encargo mamá? —Con mucho can- dor é inocencia. —¿A mí? no. —¿Y tú les has dado á ellos? —Aparentando ingenua sinceridad. —Tampoco. —¿Ni á Orlando, ni al General?....—ya el tono la vendía. Martina sospechó, si la voz potente de Hereford, á pesar de lo que se esforzaba por hablar bajo, no habría llegado á los finísimos, oidos de su hija. —Es inútil que te empeñes en distraerme; quiero que tomes el desayuno antes que vuelva á enfriarse. Raquel, sin más, con el deseo de que su mamá se largase cuanto antes de su presencia, echó la mano al vaso de leche dejan- do el chocolate y llevándose precipitadamente á los labios con in- tención de beberlo de un sorbo, se abrasó la boca, se quemó los dedos, y más bien que dejarlo tuvo que tirarlo, derramándose todo por el plato y la ropa. No pronunció palabra. Aspiró y respiró con fuerza como buscando en el aire refrigerio. Martina comprendió el motivo de aquel brusco modal, inusitado en las delicadísimas ma- neras de ella, y tembló por la tempestad que consideraba ya veci- na, muy próxima á desencadenarse. Veía su boca abrasada y no se atrevía 4 decirle, hija mía. Ni una palabra de cariño, ni una palabra de reconvención. Era temi- ble todo sabiendo su carácter. Raquel naturalmente sufría con amargura, y se aliviaba con el fresco de la ropa poniendo entre los labios el encaje de la almohada hasta que le diesen agua. Y sufría tanto cuanto quería evitar las lágrimas para no mostrarse ya tierna y sensible ante su madre. Pero pudo más que su flaqueza, más que la fuerza de su volun-