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PRD ATA AA ARANA 266 Equivocación... de que dormía, ó por lo menos de que era su voluntad sin más conversación. Martina no podía convencerse de tan repentino sueño y de tan- ta tranquilidad; más ella así lo mostraba, no contestando siquiera á si tenía sueño; apagó la luz y se retiró á su contiguo dormitorio deseándole continuase bien la noche. Raquel estuvo toda la mañana sin saber lo que le pasaba. Había tenido en pocas horas los más alegres y los más tristes sentimientos, con aquella carta tan amorosa y con aquella resuelta actitud de romper con todo si se movía de Berlín. Y ahora acaba- ba de oir al General y á su mamá «No traigas á mi hijo sino casa- do ó muerto» y el Palacio Klopstoch, y la luna de miel... Estaba aletargada, sin movimiento. Todo esto lo tenía Raquel en su cabe- za como pudiera tenerlo un idiota á quien nada afectaba. Cuando quiera hubiera bastado menos para producir en ella una excitación nerviosa insostenible. Semejaba al herido que aún desangrándose no siente hasta que se enfría. ¡Ah! ya vendría después el darse cuenta de la ancha y profunda herida. A medida que la luz disipaba las tinieblas, y el sol luchaba por entrar en su habitación para hacerle abrir los ojos, ella se empe- ñaba en cerrarlos, en taparse más, en ver menos, como si la luz quisiera sacudirla y sacarla del sueño á la realidad, y ella temiese darse cuenta de que era todo verdad. Pero la luz avanzaba, y en el Palacio se notaba todo el movi- miento ordinario, y la camarera le entraba ya por segunda vez el desayuno, y ella lo dejaba enfriar sin intentar siquiera probarlo. ¿Levantarse? Ni fuerzas para quererlo tenía. ¿Y qué haría le- vantándose? ¿Se levanta en el cementerio un difunto para darse cuenta de su soledad entre aquella compañía de cadáveres? ¿Y que era su casa sino un Palacio encantado, un cementerio habitado por muertos, hasta que de Francia volviese la vida con Orlando? A las once entraba Martina avisada de que la señorita no se encon- traba bien, pues se encontraba en ayunas. Hizo retirar el desayuno y traerlo caliente por tercera vez. —Mamá—le preguntó Raquel como la cosa más natural —¿quie- res dejarme y retirarte hasta que yo te avise que vengas? Martina creyó primero si su hija quería dormir una hora más porque de mañana la habian desvelado. Pero esto era imposible,

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