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Novela histórica 25 Ya el General estaba á la puerta de salida, y se volvió. Martina estaba hablando con David, que era quien debía acompañarles á la estación, y vino á avisarles que los coches esperaban, pero que había tiempo. —Pronto, pronto vamos, Martina. Déjanos saber si Raquel quiere alguna cosa de Francia. Nada, nada, queria Raquel, ni siquiera contestar cuando le pre- guntó Orlando si deseaba regresasen luego. Sólo adios contestó cuando le dijeron que esperaban encontrarla á su regreso comple- tamente restablecida, Los tres salieron juntos, pero ya de puerta á fuera Orlando se adelantó porque Martina se había detenido con el General. ¿Qué le preguntaría Martina? El contestó dos veces que sí. Raquel oyó alguno de esos sis, y excitada por la curiosidad y por el deseo de percibir hasta el rumor de las últimas pisadas de Orlando, medio se descolgó de la cama azuzando sus oídos de tísico. —Si—dijo al fin Hereford percibiéndolo ella muy claro—hici- mos bien en preparar mi palacio Klopstoch. Creo los traeré juntos para instalarles allí; ó bien me volveré solo, y ellos regresarán después de recorrer algunos países en su luna de miel. Raquel perdía el equilibrio sin darse cuenta. Aún pudo oir más claras y más distintamente estas últimas palabras de su mamá di- chas al General cuando ya se retiraba: no vuelvas á mi hijo sino casado ó muerto. Hereford dejaba sin contestar estas últimas pala- bras que pronunciaba el dolor. A Raquel no cupo ya ninguna duda de todo aquel significado. Había oído lo bastante para saber á qué atenerse y deducir lo demás. El estado de ánimo en que quedó, mejor se comprende que se explica. Su mamá entraba ya para apagarle la luz y dejarla con- tinuar su descanso. Ella la dejó hacer sin más. ¿Podía su mamá saber que Orlando le había escrito con todo el amor de un apasionado amante, que le había dado palabra, y palabra suya, de casarse luego con ella y que acababa de oir en sustancia la última conversación con el General? Cerró los ojos, y sobre todo la boca para convencer á su mamá