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Novela histórica 263 la proximidad de Raquel, si es que está por sus habitaciones con- tiguas, á fin de que yo, estando ya por allí á la mira, entre un momento. Yo te daría á tí el encargo, pero es inútil. Al fin me ve- ría yo obligado á ir porque no la convencerás á quedarse con todo lo que le puedas decir. —Lo difícil es el aparente pretexto que juzgue ella razón para molestarla. Ir yo, no lo haré, porque le he dicho ya buenas no- ches, hace dos horas, y acaso esté descansando. En fin, dijo el General, después de un silencio embarazoso, vé, préparate. Hereford llamó á su asistente de confianza y le ordenó pregun- tar á las camareras de la señora, si se había acostado ya $. $. Le contestaron que se había quedado leyendo un rato y que tenían orden de subir á las once á desnudarla. Precisamente fal- taban ocho minutos para las once. Aún se atrevió el General, ha- ciendo un verdadero esfuerzo, á encargar avisasen á la señora, cuando subiesen á cumplir sus órdenes, que él esperaba en su des- pacho le señalase donde podría hacerle una consulta urgente res- pecto al viaje. Ella misma, en vez de contestar cuando recibió el aviso, cerró el libro, y haciendo esperar á las doncellas fué en busca de Here- ford á su despacho, —¿En qué puedo serviros, General? —¡Oh! Martina, dispensa. Después del convite en Palacio, nada hemos hablado de aquella tu proposición hecha antes del convite. Sabes que veremos pronto á la papista de Orlando, y yo no qui- siera dejar para mañana, porque se me olvidaría preguntarte si estabas en lo mismo respecto á la dotación de que me hablaste. Martina salió de la extrañeza de ser molestada en hora tan intempestiva, para entrar en extrañeza mayor ante ese innecesa- rio recuerdo. Á su fina perspicacia no se ocultó que era imposible hubiese sido aquella pregunta el móvil de la llamada; que más bien la intención había sido otra, y se había arrepentido. Con todo se limitó á contestar: Completamente en lo mismo. ¿Y nada más? —Nada más, y me dispensas. —Reitero, pues, mis buenas noches. Y no estuvo dos minutos ni necesitó sentarse. Gracias que la inmensa cola de su vestido de seda la denunciaba donde quiera antes de acercarse por más que pisase alfombras pérsicas. Esto Al Kl 1 ' i AÑ MIN

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