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Novela histórica 259 cunda, pura y divina; entonces la razón te dirá lo que has de ha- cer, y siempre te quedará la libertad de obrar hasta contra la ra- zón en lo cual harías mal, y peor en llamarle ya buena fe. Mas todo puedes hacerlo bajo tu responsabilidad. Tuyo siempre, Orlando. Raquel no hubiera sido católica por todo el oro del mundo. No hubiera dejado de ser protestante ni por el mismo cielo, pues ser protestante y el cielo suyo le parecia inseparable, indivisible, idéntico, una misma cosa. Además que dejando el protestantismo le parecía que dejaba la libertad de hacer y deshacer, según sus caprichos, la libertad de quitar del mundo lo que como en Bayona le estorbase; y que perdía la fe, aquella fe con la cual po- día lanzarse á todo, pues todo le sería perdonado, y sin la que ella se consideraba irremisiblemente perdida. Sin embargo, con más talento y mejor criterio que su mamá, comprendía que ningún da- ño podía sobrevenirle del trato con Orlando. Y no era el amor sólo quien así se lo dictaba, sino la razón, que naturalmente com- paraba entre la fe de uno y otro. Ella había leído sólo un cuarto de hora el libro que Orlando le dió, y lo leyó en la primera pági- na que salió al caso. No le gustó. Otro día abrió de igual modo, le gustó menos y lo quemó. Con el escrito hizo lo mismo en cuanto lo leyó; pero ni leerlo necesitaba ella para echarse confiadamente en brazos de Orlando, no sólo porque es ciego el amor, sino porque su religión de la Biblia, su fe pura, sin manchas de obras papistas, no había de perder ni cambiar en lo más mínimo. Orlando mismo le había enseñado en el camino de Francia á Berlín que la Iglesia papista prohibía á todos imponer por fuerza la verdad, y á nadie obligaba á dejar su error para abrazar la verdad hasta conocerla, y que se contenta con aconsejar y mandar que se estudie para co- nocer la verdad y abrazarla. Ella, por tanto, se reía de los temo- res de su mamá, pues estaba bien segura de mantenerse, con Or- lando, en su pura fe. Y á mayor abundamiento—se decía Raquel —si para hacer mío á Orlando diciéndole soy como tú, no pude contagiarme con los errores de su doctrina ¿cómo peligrará mi fe pura á la cual no atacaré en poco ni en mucho cuando él ya sea mio? Cuando se levantó pudo hablar con Orlando á solas un breve

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