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258 Equivocación... esto respecto á la Iglesia Romana, más no tan absolutamente estaba de buena fe que no tuviese mis dudas. Y dudo mucho que persona medianamente instruida esté tan de buena fe en el error protestan- te que no tenga las suyas llevando en desacuerdo pasiones, razón y fe. ¿Cómo puede ser buena la fe que me produce obras malas, valido de esa fe? ¿Qué fe pura era aquella que manchaba mi vi- da? ¡Ah! ¡Cuántos condiscípulos míos de la Universidad, y maestros también, á la sombra de esa fe, de esa fe pura, en virtud de ella, de esa buena fe, burlaban y pisoteaban é infringían todas las leyes naturales, positivas y divinas! ¿Era buena fe? Es más fácil invocarla que probarla y que te- nerla. Yo no lo niego que cabe, más no está en todos los que la invocan. Esa fe, pudieran definirla, mejor que gracia santificante por sí misma, como lo hacen, salvoconducto para hacer cada uno conforme á su capricho, haciendo á Dios cómplice si no ya respon- sable de todo cuanto hagamos. ¿Qué fe es esa conforme con las pa- siones, reñida con la naturaleza y la razón? ¿Hay más que una fe divina? ¿Una misma y divina fe produce obras diametralmente opuestas y contradictorias? Mis antiguos compañeros creen tener esa verdadera fe, y creo tenerla también yo. Si comparo las obras que mi fe produce con las obras que producía mi fe, la pasión se inclina por la antigua, la más cómoda; la razón me dice bien claro y bien alto cual es la divina fe. Esta produce las buenas obras tan naturalmente como el sol la luz. Aquella se llamaba fe, y era sólo el nombre; era fascinación verdadera, alucinación más ó menos voluntaria, y siempre irrisión y burla de la divina fe, manantial inagotable de toda mala libertad, libertinaje y desahogo en pen- samientos, en palabras y en obras, fuente en fin, abundantemente productiva, de inmoralidades, como lo es de gusanos el cadáver mientras dura la carne corrompida. Raquel, me canso doblemente porque tengo que escribirte con la mano izquierda. Te ruego, si, que no destruyas este papel, como te rogué ocultar el libro. Si cae en manos de mamá, no lo temo. En él verá que no tiene fundamento racional su temor de perver- sión por casarte con Orlando papista, pues ni tienes obligación de abrazar su fe, ni con el trato cambiará la tuya si no en mejor. Puede que un día se despierte en ti la idea de comparar mi fe, y de la comparación quede la mía mejor parada, mas brillante, fe-
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