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Novela histórica 255 A su papá, cuando éste salía de saludar á Raquel, le preguntó: ¿cómo está mi hermana? y luego le recordó el viaje que de común acuerdo debían hacer pronto los dos 4 Bayona. Impulsos tuvo el General de echarle en cara la pregunta del Rey y su respuesta respecto á la boda con Raquel, siendo asi que la noche anterior había convenido con él ir 4 Bayona para ratificar su matrimonio con la papista. No obstante se contuvo al ver el respeto y grave serenidad desu hijo, y después de pensarlo bien, le contestó: Prepara el viaje para dentro de cuatro ó seis días. Yo hablaré entretanto con Bismarck. Bamberg pasaba ya á su despacho donde le esperaban para infinidad de firmas. Martina, pues, si acaso, estaría ya sola con Raquel. Fué á saludarla deseando no encontrar á su mamá. Allí estaba Martina, y allí se quedó, por más que nada tenía que decir á su hija. Lo comprendió todo, el por qué de retrasarse Orlando no viniendo con los demás á saludar á Raquel, y no quiso darles el gusto de que se comunicasen su gozo por lo sucedido. Orlando saludó y nada más, enterándose con mil generalidades sobre su estado. Raquel se impacientaba y movia de un lado á otro. Martina fingía admirablemente una calma, serenidad y paz que estaba muy lejos de tener. Semejaba esos mares cuya superfi- cie riza apenas suave cófiro teniendo en su seno horribles tempes- tades. Para la prudencia y fina delicadeza de Orlando bastaba pensar que algo de eso debía suceder, y se retiró á puerto seguro antes de que se exteriorizase el huracán. La salida de Orlando pu- so colmo á la impaciencia que Raquel tenía de estar sola con él, y la impaciencia de ésta provocó en su mamá antes y más violenta la tempestad. No sabemos qué fué mayor, si el aguacero de dicte- rios ó el diluvio de lágrimas. Lloraba su impotencia, lloraba de rabia y de despecho, y tan continuadas como de sus ojos las amar- gas lágrimas, caían de su boca las palabras injuriosas contra el papismo, contra su hija y contra su hijo. No, no, y no.—Decía y repetía Martina cerrando los dientes como quien oprime y muerde algo que desearia triturar.—No, no, es un demonio, ¿y puedo yo consentir se case con él mi hija? Era esta una razón concluyente para Martina y que para Ra- quel nada concluía. Pero mamá—le replicaba ella —¿qué importa, qué tiene que ver que sea un demonio? ¿No es Orlando?

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