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5 TS 252 Equivocación... en vos á vuestro Padre vivo—el General se inclinó —y por vos al vencedor en N... Traía en su real mano una gran cruz del mérito militar, y le bizo el honor de colocársela él mismo en el pecho. Orlando sólo tuvo lágrimas de gratitud para tanta deferencia. Dos ó tres veces durante la comida lamentó el Rey que no hu- biese podido asistir Raquel, y ordenó se enviase al Palacio Bam- berg un mayordomo para saludarla y saber de su salud. Martina, David, Orlando, todos, todos inclinaron la cabeza al Soberano en señal de asentimiento y gratitud. El convite seguía muy animado. Casi todas las preguntas se di- rigian 4 Orlando. Si le gustaba Francia, si le habian cuidado bien, si tenía deseos de volver á Berlín. Quien más conversación le daba era S. M. Guillermo. Le había querido siempre, y ahora, al verlo inútil, le compade- cía demostrándole más amor. Orlando estaba en potencias y sen- tidos materialmente esclavo á las preguntas del Rey; pero nada de cuanto sucedía en la mesa se le pasaba por alto. Se hacía el distraído cuando le convenía que ciertos platos pasasen de largo, pues no debía él mezclar. Una mirada de inteligencia sorprendió cruzándose entre Bis- marck y su padre. Bismarck le parecía querer decir ¿te convences de lo que es tu hijo? El General contestó con una mirada de tristeza, con un signo ambiguo que ni satisfizo á Bismarck ni 4 sí mismo, ni á su hijo. No satisfizo á su hijo porque éste notó una culpable con- descendencia, un acto de indigno respeto humano, una complici- dad; no satisfizo á Bismarck porque éste esperaba del General una franca reprobación de la conducta de Orlando; ni á sí mismo satisfizo porque á pesar de mostrarse medio desagradado, inte- riormente se estaba avergonzando de ser su padre, porque delante de Dios se reconocía indigno de tener tal hijo. Al Rey Guillermo se le ocurrió una pregunta que fué muy na- tural para toda la real familia, pero que fué una bomba para to- dos los demás. Preguntó á Orlando, cuándo era la boda, cuándo hacía su esposa á Raquel. Bismarck se puso rojo, el General páli- do, Martina de mil colores, y 4 Bamberg le hizo el mismísimo efec- to que si le hubieran anunciado que acababan de estafarle 100 mi- llones, por voluntad ó permisión del Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacub. Sólo Orlando estaba sereno para contestar al Rey: cuan-

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