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250 Equivocación... —Ahora está en Bayona. —Mejor. Eso salva algunas dificultades. A Orlando se le saltaba el corazón del pecho. Pensaba que de un momento á otro le faltarían las fuerzas. Sólo le sostenía el pen- samiento de llevar su papá á la presencia del Cardenal para su provecho espiritual. —Pero también debemos ir á N... papá, pues dí palabra de ho- nor al Cardenal de volver á saludarle, y que tú me acompañarias en la visita. Como no viniste... —Iré, sí, iré. —Descansa, pues, ahora, y hablaremos mañana después del con- vite para realizar cuanto antes nuestro viaje. Te advierto que ur- ge, y urge mucho. Los dos se retiraron á descansar, pero ni un solo individuo de toda la familia durmió tranquilo. Cada uno paso la noche preocu- pado consigo mismo y respecto de los demás. Orlando hubiera querido volver al manojo de cartas que dejara al bajar á cenar, pero tenía otras preocupaciones, y sobre todo ne- cesidad de reposo.

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