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Novela histórica 249 modu que no está lejos de la muerte, pero yo haré que la muerte se aleje de ella cuanto pueda. —¡Ah, hijo mío! La acercarás á los demás de la casa. —Te ruego, papá, que dejemos esto, —Sea como gustes. ¿Y yo, qué quieres que haga? —¿Tienes confianza en mi? —Absoluta, hijo mio; pero tú ¿con qué cuentas para resistir?... —Déjame, papá. Agradezco tu confianza. No te guardo ningún resentimiento por todo lo sucedido. Ve ahora á descansar. Yo es- toy fatigado, tú estás rendido; y si perdemos completamente la noche, mañana no estaremos bien para ir á Palacio. —Aunque pasaría la noche más tranquilo aquí en tu compañía me retiraré. ¿Pero puedo antes hacerte una pregunta? —Puedes hacerla. —Es movido por el bien de todos. —Debo, pues, aceptarla. ¿Y es ella? —Mira, hijo mío, si te has casado en oculto con la papista como dice mamá Martina, no lo disuelvas, ratifica el matrimonio. Y si no te has casado aún, cásate. Hace un momento me ha indicado también proponerte, aceptes, que si no tiene dote cual corresponde á tu elevada posición, la dotará ella tan regiamente que pueda presentarse en el Palacio Klopstoch con todo el esplendor debido á nuestro rango. ¿Qué te parece, hijo mio? Orlando reflexionó un buen rato, abarcó las circunstancias, hizo su composición de lugar, y se ciñó por entonces á contestar á su padre: —¿Pero tú, papá, conoces á la papista? ¿Sí 6 nó? Te has fijado en ella? —Nó; no la conozco, no me he fijado en ella. Martina dice que no es la que vino á la Capitanía, Sor Francisca de Sales. Otro momento de silencio, de duda, de irresolución, por parte de Orlando. A punto estuvo de cantar claro. —Y yo quisiera que la conocieses y hablases. —Lo haré, lo haré. ¿Dónde está? —¿Y por qué no venías cuando yo con tanta instancia te llama- ba? Si era para eso; para que la vieras y la conocieses, y la abra- ZAras... —Pues iré, iré, hijo mío, de incógnito, y lo antes que quieras.
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