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Novela histórica 245 Tú eres masón, y en este momento figúrate que representas para mí toda la masonería. Yo soy católico, apostólico, romano, y como verdadero tal, condeno lo que mi santa Madre condena. Haz cuenta que frente á la masonería está la Iglesia. Juzga de la Santidad de una y de la perversidad de otra. ¿Puedes tú temer algo de mí? —No; nada hijo mío. —Ni tú ni nadie de la sociedad, sea ó nó correligionario ó ene- migo mio. Entretanto, yo puedo temer de tí, que eres mi propio padre, porque si llega el caso tienes que dejar de serlo obrando como si no lo fueses; puedo temer de todos vosotros, que sois iguales por idénticos juramentos, proyectos impios y perversos planes. Pero esto nada extraño, pues debéis temeros y os teméis mutuamente, porque sois esclavos como dedos de la mano impía que juega con vosotros. ¿Y quieres que yo obre ni deje de obrar atentamente según pueda gustar ó disgustar á la masonería? No, no; no la respetaré. Tengo á mucha más honra afrentar todas sus iras y caer bajo su filo criminal bañado en mi propia sangre. Purificaré mi alma, her- moseándola además con todos los bautismos. Sólo quisiera quedar un minuto con aliento para escribir sobre la arena con mi dedo y con mi sangre: ¡La masonería.....! He ahí la enemiga de la liber- tad, la tirana del género humano. Muera la masonería. Ya lo sabes, pues, papá; por odio á ella, no sólo no cederé en lo que no. debo ceder del catolicismo, pero ni siquiera en lo que puedo dejando de casarme con Raquel, pues me casaré con ella. El General estaba asombrado ante aquella grandeza y superio- ridad de su hijo que sólo podía venirle de la limpieza de su alma y de su buena conciencia. —Convengo en que tú no tengas atención ni miramiento á la masonería, pero debes tenérmelo á mí que soy tu padre, y no dejo de serlo porque ahora te reconozcas en mejor terreno. Precisa- mente estás ahora más obligado, y no dejarás de reconocerlo. Yo apelo á tus mismos sentimientos. Si antes siendo protestante obe- decias mis impensadas indicaciones como si fuesen preceptos ¿eó- mo no obedecerás ahora mis preceptos expresos? —¡Ah, papá! se te ocurre también la contestación que debo darte. No hay mal en obedecerte dejando el protestantismo: pero

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