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Novela histórica 243 —Dices bien, papá; eso no lo haré, nosólo por conservar mi vida, pero ni aún por conservar la tuya que me es todavía más querida. Debe haber algún otro medio, y cuando no lo hubiese, es pre- ferible el martirio. Pepárate, y me prepararé yo. Dieciocho mi- llones de mártires nos han precedido por la misma santa causa. —A mi se me ocurre otro medio. ¡Oh! dispensa te lo proponga. Tú no sabes lo que yo he sufrido, y temo. —Di, papá, que estoy dispuesto á todo lo que sea digno y no- ble, á sufrir y á morir por tí. —¡Ah! entonces... no te lo propongo. —Di, papá. Si en algo tu proposición..... pensaré que no eres tú quien lo propone, sino el dolor, la aflicción, la triste necesidad con que se abrazaría á un hierro candente un pobre náufrago. —Firmame un papel en que conste que abjuras el catolicismo, no hagas acto ninguno fuera de casa que te denuncie católico. Con esto estoy yo salvo, puedes dejar la papista, puedes ca- sarte con Raquel, puedes.... —Basta, basta, papá. Tú mismo has comprendido de antemano la indignidad de la proposición. ¿Puedo yo vivir en un perpetuo carnaval diciendo á Dios perpetuamente ¿me conoces? Porque mi vida social sería una careta extraña, impropia, in- digna de mi alma. Te ofusca tu situación. Yo no conozco dos conciencias como no conozco dos soles. Dentro y fuera de casa no tengo más que una como no tengo más que un Dios. Pideme pues la vida, que tengo dos; pero no me pidas el alma, porque no tengo más que una. —Estoy, pues, perdido irremisiblemente. Debo además pagar una fuerte indemnización á la benéfica sociedad. —Eso importa poco; aunque á decir verdad la conciencia me remuerde que la pagues, porque es para un mal fin, y por una causa mala. Además eso es envalentonar á tus terribles compañeros. -¡Oh!.... si se contentasen con eso, ó con doble..... También te advierto que no dejes la papista para casarte con Raquel. Sería otro puñal para nuestra vida. —Papá, ya hablaremos de la papista, porque no sabes de ella cuanto te haya dicho mamá Martina, y tú debes saber más. ¿Y res- pecto de Raquel, ¿No ha sido ese siemore el deseo de la familia? I | Al ll cra

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