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Novela histórica 241 ron recordar la entrega del testamento, y que efectivamente allí estaban también aquellos papeles que él había tenido intención de romper pero que no había roto, quedó mortal y avergonzado ante su hijo, hasta el punto de desear se abriese la tierra y lo tragase vivo para no verse en su presencia. Otro tanto sufría Orlando viendo á su padre que moría de ver- gúenza ante él. Temió que su padre era presa de algún accidente, pues le vió volver contra sí mismo el cañón del revólver. Acercóse- le inmediatamente y le echó la mano al arma preguntándole en filial ternura: e —¿Te pasa algo, papá? —¡Ob, hijo mío!... no puedo vivir en tu presencia. Yo te dí esto sin saberlo, sin pensarlo y sin quererlo. Tómalo, toma todo—le en- tregaba revólver y papeles—quémalos y mátame. —Papá, veo que ha sido una equivocación... feliz. —Maldita, hijo mio—oponía el General con los ojos extravia- dos —maldita equivocación que me hace morir de verguenza, por lo menos ante tí. —Feliz, papá. Y no te avergúences ante tu hijo, que por esa equivocación te ama y te debe más que por todo lo que me has dado, incluso la existencia. Equivocación de más felices resultados que todos tus aciertos en la guerra. ¡Oh! ¡Bendito sea Dios! que en su divina providencia y en sus juicios inexcrutables saca de las ti- nieblas luz y de los males, bienes y nuestros propios yerros con- vierte en nuestro provecho, despertandoal dormido y reduciendo al que está ya á las puertas del infierno. ¡Feliz, papá, feliz equivoca- ción! ¿Yo que he perdido con ella ni tú tampoco? Remóntateá la fe- cha de este escrito y verás que puedes recobrar cuanto has perdido, —¡Imposible! ¡¡Imposible!! —Vives aún. Y si yo me encontrase en tu triste estado, por an- gustiosa que fuese la vida restante, la ofreciera á Dios de buena gana en justa reparación, aunque los hombres por venganza de mi reconciliación con El me la quitaran. —Hijo mío—le decía esforzándose por poner en su mano el re- vólver que Orlando no aceptaba—eres más grande que yo. Máta- me antes que me maten los impíos. —Papá, no sabes lo que dices, como antes no sabías lo que ha- cias. 16
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