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Novela histórica 239 Ni siquiera le quedó aliento para un acto de desagravios, un Alabado sea Dios, Ave María Purisima. Hubiera sido por otra parte hasta contraproducente en aquellas circunstancias, pues fué todo uno en el General, ver aquella firma, cegar de cólera y lanzar la blasfemia. —Ladrón..... Orlando, al notar el brusco movimiento de su padre, el levantar la espada y la acción de clavársela, le echó la mano levantándose y por fortuna pudo asirla muy fuerte. Se ensangrentaba lastimo- samente, pero impidió que su padre la esgrimiese, y hubo tal des- treza y fuerza de una y otra parte, que en un momento, casi sin darse cuenta, y aún-antes de poder precaverlo, el acero había sal- tado en dos pedazos. El General había visto á la cabecera de la cama y cargado co- mo de costumbre el revólver de Orlando. Tiró la empuñadura de la espada, inmediatamente se apoderó del revólver y desde allí apuntaba al pecho de su hijo. Orlando estaba perdido. ¿De dónde has robado esos documentos? ¡Infame!.... Confiesa y te arrepientes, pues mueres infaliblemente. Orlando, sin color, pero admirablemente sereno, cuando vió á su padre que decidido le apuntaba, se cruzó de brazos frente á él diciéndole: hiere papá, ó mata. Y á la vez se desabrochaba la le- vita presentándole el pecho noble como pudiera presentarle since- ro el corazón. —Mátame, papá, moriré inocente, como querías hubiese muer- to de niño, según dicen esos documentos. En verdad me fuera me- jor morir entonces, y á tí también, pues entre tus grandes responsa- bilidades tendrías ésta menos. --¡Criminal! ¡Infame! ¿Y te atreves, en vez de confesar arre- pentido, aún al borde de la tumba á profanar la palabra inocencia, cuando has robado lo más oculto y sagrado de mis secretos? —Me lo diste tú, papá. No lo recuerdas. —¡¡Imposible!! Si esto es mi vida última, si es mi historia, si es todo mi pasado y acaso la sentencia final de mi muerte y condena- ción. Quiero que tu última palabra sea confesarte ladrón. ¿De dón- de has robado esto? El General, más que tirador parecía blanco de puntería. De tal modo temblaba todo su ser y sobre todo su mano, que era de temer
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