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A A A rd RO 238 Equivocación... Orlando creyó tristemente que su padre deliraba. Una bomba Orsini estallada á sus pies le dejara más aliento. ¡Papá!..... ¿del catolicismo? ¿cómo puedo retractarme? Antes al número incontable de mártires se añada otro más. A su sangre añadir la mía, montará tan poco como añadir una gota de agua al mar. ¿Puedo yo convencerme de que la luz es tinieblas y vice- versa? Si tú sin fuerza, sin coacción exterior, me lo aconsejaste, y piensas bien las cosas antes de hacerlas; ¿qué te sucede, quién te obliga y por qué, pues así me violentas ahora para lo contrario? —¿Estás loco, hijo mío? ¿Cuándo yo te he aconsejado de pala- bra ó por escrito tal desatino? ¿Tú sabes las consecuencias? ¿Y sabiéndolas yo podía exponerme á ellas? —Sin embargo, papá, tengo algo en mi poder que me hizo in- terpretar esa tu voluntad en fuerza de obligación y la seguí, arran- :ándome de mi mismo en vida con más dolor que el alma se arran- ca del cuerpo en muerte. ¿Acaso en eso me he apartado de mi lí- nea de conducta? ¿No me anticipé siempre á hacer tu voluntad antes de serme expresa? Y todas tus indicaciones ¿no fueron para mí preceptos, encontrando en mí más que un hijo, un súbdito obe- diente, un esclavo ciego? ¿Pues cómo ahora en cosa de tanta trans- cendencia no había de obedecerte á la menor indicación? ¿Estás olvidado, papá? —¿Pero de dónde sacas, dónde está esa indicación? Búscala. Hereford creyó á su hijo realmente alucinado, y que se levan- taría á buscar sin saber qué. ¿Cuál pues sería su estupor y pasmo al ver que Orlando, arrodillado, sin levantarse, sacaba su cartera y le entregaba unos papelitos doblados, que vendrían á ser una ó dos cartas ordinarias ó borradores, con sus contestaciones? El General buscó la firma con avidez. En vez de la suya en- contró otra que no esperaba. Una blasfemia horrible, prolongada, moviendo la cabeza y re- chinando los dientes, profirió contra el cielo mirando al techo. El eco infernal de aquella voz, aturdió á Orlando, hasta hacer- le bajar la cabeza al suelo. Jamás había oido á su papá proferir palabra tan soldadesca. Estaba anonadado como si de repente oyera el estampido de un trueno horrible, como si hubiera sentido los efectos de un rayo fulminante en su corazón destrozado,

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