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A 3 E: e 236 Equivocación... Papá... No me digas padre. Dime víctima inmolada á tus desaciertos y 4 tus caprichos mujeriles. —Papá, yo sé que piensas bien las cosas antes de decirlas, an- tes de hacerlas y antes de mandarlas. Por eso no me explico lo que oigo. —Dices bien, que antes de hablar, obrar y mandar, reflexiono. Eso te probará mi prolongado martirio, el sufrimiento que me tie- ne al borde del sepulcro. No te escribí una letra—el General se iba excitando visiblemente—no te he dicho una palabra. Creí me evitarías esta desagradable entrevista á luego de tu llegada, hoy durante todo el día, postrándote á mis pies, pidiéndome perdón, y retractándote de tu descaro, de tu atrevimiento, de tu insubordi- nación, y de tanto como has amargado mi existencia. —Papá, de rodillas aquí estoy—se echó la mano á la bocaman- ga y al mismo tiempo que se arrodillaba hacía esfuerzos para arrancarse los galones y arrojarlos de sí, para dejar más libertad á su padre —pero díme de qué me he de retractar. Yo no lo sé, papá, No se ha visto lucha interior más horrible que la del General para contestar á esa pregunta. Por eso precisamente tenía la con- ferencia. arecía que invisiblemente un ángel bueno ó malo oprimiese su garganta para ahogarle. De una rápida ojeada Fecorrió su historia. Se vió delante de Dios, se acordó de la logia, de cuanto había su- frido, de cuanto estaba sufriendo, sobre todo de cuanto le amena- zaba; y despues de un sudor frío y de un silencio que fué un siglo en el infierno, jugando en un momento el todo por el todo, por lo temporal lo eterno, y dando su alma y su porvenir al diablo, le contestó con voz colérica que no parecía suya: —De tu catolicismo, y demás errores cometidos. He ahi de qué te has de retractar. De tu matrimonio oculto... no me importa tanto. Si el General le hubiera ido introduciendo poco á poco en el corazón la punta de su espada hasta la empuñadura, poniéndole al mismo tiempo en los ojos dos fuentes de lágrimas, no le hubiera hecho tanto daño ni le hiciera llorar más que esa contestación inesperada. Orlando no pudo ya conservar aquella posición. Echarse á tie-

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