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Novela histórica 15 Por no causarle pena teniendo que dejarte. No estás en dis- posición de abandonar la cama, y menos de recibir desagradables impresiones viendo á Orlando no bien del todo. —¿Pero viye Orlando? Orlando..... Le llamaba con un grito desgarrador pareciendo huir de ella la esperanza, el juicio, el co- razón y la vida. —Urlando vive, si; y vivirá más que vos si no os cuidáis. Behring no le apartaba del pulso la mano. Un asistente entra- ba trayendo una tacita de caldo. El Dr. le hizo seña de llevársela á la señora para quien la había pedido, y sacando una tarjeta recetó para Raquel en calidad de urgente, un calmante, jarabe de morfina. Todos los cuidados le parecian pocos. Aquella señorita era bien conocida y estimada en la Corte. Principes Reales hubie- ran aspirado ásu mano; su fabuloso dote haría honor á una princesa y á una Reina. La caja de su padre estaba siempre dispuesta para sacar al Gobierno de cualquier apuro con una buena millonada, Esto lo sabia muy bien Bismarck y el Rey Guillermo. Fué servido el narcótico é hizo su efecto. Raquel durmió toda la tarde, toda la noche. A intervalos abría los ojos aletargada, sonreía ó lloraba según en sueños veía á Orlando, y volvía á dormirse. Otras veces con los ojos abiertos, pero dormida, iba diciendo cuanto por su imaginación pasaba. El General estaba aún abismado en su dolor. Para distraerle de su pena Bebring le llamó la atención sobre una carta de Bis- marck que le entregaba, quitándole al mismo tiempo con toda de- licadeza la mano amputada que tanta angustia le causara. Pronto quedó embalsamada y guardada en una cajita de límpido cristal. David tomó inmediatamente las medidas de longitud, latitud y altura, y escribió á su agente en Londres que encargase al mejor joyero real una urna de oro purisimo esmaltada de brillantes, es- meraldas, topacios y perlas, por valor de cinco mil libras esterlí nas; cincelando con toda perfección el retrato del General á caba- llo, y el de su hijo entre su padre y los dos coraceros. Poniendo sólo estos nombres: Raquel, Orlando. —Y bien, General, ¿tiene eso contestación? —Sí Doctor. ¿Cuán- do volvéis á Berlin?—General... nome moveré de aquí mientras Orlando precise mis servicios. —Gracias, Behring. Quiero contestar á mi amigo, y para esto
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