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Novela histórica 231 —Pero ¿qué es esto, señor?—se decia Orlando á solas. —¡Ah! bien lo prevenía el Cardenal que tendría que sufrir. Si 4 lo menos él estuviese cerca para consolarme; él, que enterado de todo, po- día aconsejarme en cada caso. Es bien raro lo que á mi me sucede. Ni que fuese yo un Job le- proso, arrojado de la sociedad, indigno de ocupar sino un esterco- lero; ó que yo fuese un Lázaro putrefacto cuatriduano. ¡Y tan fá- cil que me sería resucitar en el concepto, en el afecto y en la ala- banza de todos! ¡Y tan fácil que me sería á mi tenerlos á todos propicios como antes y hacer que me llevasen en palmas! No ten- dría más que renegar de lo que he abrazado, volver al error que en buena hora dejé y ya los tenía á todos contentos. ¡Oh!... no, no—se levantó diciendo enérgicamente —el que ama á su padre, á su madre, á su hermana, á su esposa, á su ha- cienda, á su vida, más que á Dios... no es digno de Dios. Jamás he comprendido como ahora estas palabras. Y el joven al saborearlas se sentía rejuvenecido. Lo parecía ser un león, que abatido momentáneamente por la calentur: , Sacude al fin sus melenas, y se da cuenta de todas sus energías, y recobra toda su realeza. Abrió su cartera, y desdoblando algunos papeles se puso á releerlos por la milésima vez. No que esperase encontrar en ellos nada nuevo, pero necesitaba su espiritu renovarse en la lectura; y además quería estudiar bien todo el contenido, pues no sabía qué objeto ni final tendría el anunciado consejo de fami- lia después del cual se le había de llamar. El sol declinaba ya á su ocaso. Empezó á sentirse molestado por el fresco, y se retiró á su cuarto. Acaso habrían conferenciado ya y le llamarían luego. No tardó mucho en presentarse Eisenach con una carta abultadísima que el cochero de la Duquesa Palmira había entregado al portero para él. Era éste un secreto correo convenido entre Orlando y la Du- quesa ya de antiguo. Orlando hubiera querido en el acto romper tal secreto, pero tuvo que desistir por el momento para no llamar la atención, y seresignó encomendándose al tiempo. Pero ¿qué hacer con la carta? Porque leerla no quería. ¿Romperla como ha- bía hecho con las cuatro ó seis recibidas en Francia, sin tomarse la molestia de leer? Pero si me ha dicho esta mañana: que antes creería ella que no las había recibido que no el que las haya roto
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