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Ft ARA 230 Equivotación... —Es verdad. Pero si estuviese enfermo, tampoco iría y se ten- dría que suspender ó revocar. —Pero esa sola sería la razón admisible que podríamos alegar. Tu imposibilidad física. No siendo esto, inútil es pensar en evadir el compromiso. Orlando reflexionó un momento. Hubiera querido ponerse real- mente enfermo, avisar al Palacio Real, y una vez desligado del compromiso, curar y marchar. Pensaba imposibles. Con honda pena tuvo que convencerse de la imposibilidad de su viaje y pensando contestar á la Superiora que esperaba tele- grama cada día cambió la conversación. —¿Sabes Raquel que estoy desalentado y en sumo grado nece- sitado de consuelo? Raquel, temblorosa aún, le miraba tristemente y su tristeza atraía la del otro como la luna atrae las aguas del mar. —Orlando, Orlando—le dijo queriendo llorar —mamá me ha prohibido hablar contigo. Bajo un momento, huida de su vista, á decirte, que si aprecias mi vida, y sobre todo si te aprecias en algo, cumple tu palabra, no me abandones, que soy perdida; vence todas las dificultades. Sólo si realmente peligra tu propia vida te lo dis- penso y perdono y me conformo. Nada me importa lo sucedido en la mesa hace un momento. Siempre, siempre, siempre tuya; pero si no puedes ser mío, guárdate de ser de nadie. —¿Y qué juicio has formado de mí con lo sucedido en. la mesa? —A mí no se me ocurre de tí sino que eres mi aliento, mi alma, mi Biblia, mi corazón, mi vida y...—loca quiso decirle mi cielo, mi Dios. En brazos de Orlando hubiera caído si no se apresurara á mar- char. ¿La había echado ya en falta su mamá? ¡Oh, qué terrible opresión sentía! Sólo faltaba ahora que se hubiese levantado de la siesta su mamá, que la hubiera buscado, y que la hubiera visto hablar con Orlando. Martina había hecho preparar el palacio Klopstoch para el Ge- neral y su hijo á fin de que éste ni se hablase ni se viese con Ra- quel. Pero eso no salvaba las dificultades, según lo pensó después, porque su hija, de día ó de noche, por la puerta ó.por el balcón, huiría para no volver, transcendiendo entonces, lo que no había transcendido en la primera huída.

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