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== AA E TA a a A A 226 Equivocación... —Nó; papá, Jamás me has hablado una palabra de papismo. El General gozaba de que David escuchase esa respuesta. —¿Te he escrito, ni me has escrito, ni comunicado jamás sobre tal resolución? —Nó; nunca jamás. —¿Hemos tenido alguna vez en la vida, antes ni después de to- mar tal resolución, ninguna conversación respecto á este asunto? Orlando estaba cadavérico. Una agonía indescriptible aparecia gradualmente en sus labios entreabiertos. Se dispuso á contestar, un momento se detuvo, miró á su padre, mayor seriedad y recti- tud no reconocía en nadie, y esas bellas cualidades estaban refleja- das en sus preguntas. En vez de contestar, bajó los ojos y cerró lu boca. Si hubiera querido contestar la voz saliera moribunda, las pala- bras se le hubieran apagado en la garganta, un nudo se la embar- gaba. Todas las miradas se fijaron atónitas en Orlando. En Orlando embustero. j Martina debía romper aquel sepuleral silencio tomando la pa- labra por todos. —¿Cómo?... ¿Y eres tú el engañado por tu mujer papista, cual creíamos, ó eres tú quien engaña á todo el mundo, engañándome á mí, á Raquel y á tu padre, á quien comprometes? Orlando, rehaciéndose como pudo y con una mansedumbre, se- renidad y aplomo que dejó á todos más desconcertados que si hu- biera entonado en humilde confesión un mea culpa, dijo: —No recuerdo haber dicho en mi vida una cosa por otra, mi conciencia no me lo reprende, creo que jamás he engañado á nadie. —¿Conciencia de papista alegas? ¡Oh! ¿Recuerdas, Bamberg?— Preguntó Martina á su marido muy escandalizada. —Creo que el 75 por 100. No sé, ya veré.—Contestó él distraí- do, casi sin entender lo que se le preguntaba, y contestando muy conforme á lo que él en el momento pensaba. —Digo si recuerdas te tengo repetido que del trato de los pa- pistas Orlando volveria á casa insoportable de hipocresía. ¿En qué pensabas ahora? David, como siempre, pensaba y se absorbia en sus aspiracio- nes bancarias. Y esto por más que algunas veces quisiere atender