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te : o Novela histórica Raquel no fué tan afortunada en señalar la hora de combate, pero fué muy lince, pues tenía en cuenta que su papá tomaba el café echando agua fría encima para acudir cuanto antes á sus gra- vísimos y multiplicados negocios bancarios; el General, inmediata - mente de comer, por invariable costumbre, bajaba á dar un paseo por el jardín antes de la siesta; y que siempre quedaban las dos solas jugando un rato. y Martina abarcó de una sola mirada la imposibilidad de atacar todos juntos en esa hora. Por eso no se conformó con lo propues- por Raquel. Más como realmente había sido vencida por la prudencia de su hija, y no era mujer acostumbrada á ceder, encendió más la guerra, deseosa de dejar á Orlando por embustero, hasta que lo consiguió, Con admiración de todos resucitó públicamente la conversación que sostenian momentos antes de entrar Orlando al comedor. —Quiero saber ahora mismo —dijo con imprudente valentía— quién es aquí el que ha engañado, si tú, General, me has engañado á mi, ó si Orlando ha engañado á Raquel. La taimada tenía de antemano asegurada la víctima, y se go- zaba como gato que se hace el desentendido jugando y dejando escapar cien veces al ratón ya cazado, por la grata ilusión de que lo caza otras tantas. Ante esa pregunta, los cuatro levantaron de la mesa los ojos y se miraron mutuamente. David se apresuraba para concluir y marchar, Raquel perdió completamente el color, el General dió muestras de situación angustiosa, sólo Orlando conservaba sereni- dad admirable. Martina estaba en actitud majestuosa. Había de contestarle el Coronel ó el General, pero ni uno ni otro contestaba á su pregunta, y repitió: Quiero yo que me diga este papista, por qué compromete á su papá en asunto tan delicado. O pregúntale tú, General, y oiga yo, y oiga mi hija, su contestación. l£l tono imperativo de Martina era tan decisivo que no admitía á Raquel retirarse, niá padre é hijo evasiva. El General temió por su hijo preguntándole: —Orlando, ¿te he dicho yo jamás una palabra de papismo? Tan sincera fué la interrogación, que Orlando, medio conster- nado, se ciñó á contestarla: 15
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