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a dc 4 PA A E e A o 1 224 Equivocación... hubiese oídos para Martina. Pero no era la dama tal que pasase fá- cilmente porque sus palabras fuesen desatendidas como gotas de una lluvia, ó como palabras impertinentes ú oídos de mercader. Pues qué ¿llevaban aún poca sal? Ya les pondría ella pimienta y mostaza. —¡Orlando! ¿has comprado ya el rosario para rezarlo á la mu- jer bendita entre todas las mujeres? Y con sonrisa y con tono tan hereje, y con tal retintín subrayó ese bendita, que Orlando dejó el cubierto que tenía en la mano, y sentado, pero muy erguido, le repetió: bendita, sí, entre todas las mujeres. —Mamá. Te veo bordeando un precipicio y con propósito deli- berado de caer en él. Yo, á levantar de la caída prefiero preca- ver. Así, pues, te aviso anticipadamente porque ni aún con la pri- mera vez quiero causarte un disgusto no teniéndote advertida de antemano. Cada vez que profieras intencionadamente una blasfe- mia, una palabra herética contra mi santa re ligión católica, apostó- lica, romana, lo consideraré como una bofetada con la cual quieres despacharme de donde esté y no empezaré la segunda. Marcharé. Martina dejó también el cubierto esc: indalizada de tanto orgu- llo y soberbia y apoyando los puños, muy derecha, sobre los bra- zos del sillón en que estaba sentada, recordó profecías y pronós- ticos, diciendo: ¿Lo oyes General?... ¿Lo ves Bamberg?... ¿No os decía yo que desde el momento en que entrase el papismo en casa no tendríamos una comida en paz? —Pero mamá...—interrumpió Raquel sin darse cuenta. —¿Cómo? ¿qué? ¿qué tiene V. también que decir? Raquel no tenía ya nada que dec ir. Había pensado, si, replicar á su mamá ¿no cenaste anoche con el papismo en paz? pero después de abrir la boca se mordió la lengua y cayó en la cuenta, miró á Orlando, y éste con una mirada le avisaba que se comprometía. Ella recordó su propósito y con admirable agudeza llenó así los puntos suspensivos: —Quiero decir, que luego todos juntos le combatiremos de sobremesa. Pero luego; no ahora en la comida. Ahora y siempre que comamos ó cenemos, déjanos en paz. ¿No ves que hasta pue- den enterarse los sirvientes?
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