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Novela histórica 223 do fué visto y vió lo que menos hubiera querido ver. No pasarían muchas horas sin recibir una cartita de tan fatal encuentro. Cuan- do llegó á Palacio eran las doce y seis minutos. Ya todos estaban sentados á la mesa comentando su extraña falta de puntualidad. Martina, al verle entrar en el comedor le di- rigió esta puya, así como quien la clava al aire. —Hoy sábado, gran fiesta. El mejor de los papistas habrá ido á misa, y Sin duda el Evangelio le ha resultado algo más largo. A Orlando se le ocurrió, que no sábado, sino domingo, era su fiesta y que respecto á la misa, no la perdería por su culpa; pero firme y resuelto á llevar la prudencia hasta el último extremo del espíritu, hasta el heroismo, hizo caso omiso como si nada oyese. Saludó á su papá y á cada uno, y se sentó á la mesa muy tranqui- lo. En mayor apuro había de verse al siguiente día; pues aunque domingo, era todavía dentro de cuaresma y no debía promiscuar en la mesa real. Antes dejaría de ir, pues era infalible que se ser- viría de todo, lo mismo carne que pescado, y él no estaba dispues- to á desobedecer á Dios desobedeciendo á su Santa Madre Iglesia. Ya se había hecho esta reflexión para sobreponerse al natural res- peto humano. No, no es sino un súbdito como yo S. M. ante el Rey del cielo. Ante la orden de un General, me guardaría yo bien de desobedecer. ¡Ea, pues! Yo estaré mañana ante Dios, pensando que el Rey es un soldado como yo. Y cumplió con su deber puesto en el caso, importándole poco ser notado y comentado. Martina, animada al ver la resignación con que había sido re- cibida su puya, por si habria pasado desapercibida, quiso insistir durante la comida sobre el largo Evangelio de la misa, y «aprove- chó para ello un momento de silencio en la conversación general. Orlando, dejándola con la palabra incontestada, reanudó en el acto con nuevos detalles la conversación al parecer agotada. Esto lo notó muy bien Martina y no insistió más en este punto. Pero sa- lió por otro más agudo. De repente se hizo la sorprendida de que Orlando volviese de Francia á casa sin haber entrado de paso en Roma á besar el zapato y las uñas de... Martina, después de haber acentuado con malignidad esas últi- mas palabras, concluyó la frase con «Su Santidad». Orlando continuaba hablando y escuchando á Bamberg, con los ojos fijos como si allí estuviese concentrada toda su atención y no

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