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e ea AA A MIR ' 1 Ai 18 218 Equivocación... abrigas pensamientos y afectos de odio, de venganza, de muerte cuando antes toda eras amor y sólo amor. Orlando ignoraba la causa. Ignoraba las inyecciones malvadas y sangrientas que la adivina había dado á Raquel con una sola palabra. -Yo me veré con él, será mejor, en vez de rebajarme á con- testarle. —Iré contigo. —Iré yo solo.—Le replicó Orlando muy serio. —¿Tú le diste alguna palabra de compromiso al Duque? —Mamá sí; yo no. ¿Te ha escrito, le has escrito ó contestado? —Nada; nada. -¿Acaso cuando estuvo aquí, alguna mirada... —Si no lo he visto ni en retrato. ¿De modo que era todo asunto de mamá? —Todo, absolutamente. Mamá tuvo carta de élen la cual le daba el pésame por tu honrosa muerte. Le recordaba que á papá se había dirigido pidiendo mi mano cuando estábamos los dos en Londres. Que volvía á pretender mi mano confiando tener ahora buena acogida su petición. Mamá le contestó se presentase en el alacio Bamberg, y después de la primera entrevista, y la segun- da con papá, prepararon la tercera para mí. Yo huí sin verle. Pro- bablemente mamá le ha vuelto á llamar avisándole mi venida. —Bien: basta. Retírate 4 descansar, que estás muy agitada, Y gracias por el aviso. Lo tendré en cuenta desde ahora. —Estaba temblando si te veías con mamá antes que conmigo. No disputes con ella, que será terrible. Cede en tu papismo y dé- jate de todo. Ve, y descansa. —Mira que mamá es un ángel del cielo con quien se puede vivir no contrariándola: pero si la contrarias, sin dejar de ser ángel se baja al infierno. —¡Mamá un angel!.. O una guindilla confitada. Pásale sólo la lengua, y te deja la boca almibarada. Si le hincas el diente...

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