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Novela histórica 217 pues á tí te echará la culpa de cualquier rompimiento. Y nos sepa- ran. Lo verás. —Hay cosa más grave que el tener que separarnos cada uno á su Palacio, Raquel. —;¡Oh! no puede ser, porque eso ya sería separar mi alma de mi cuerpo. Es la muerte dulce, pero muerte, que me quieren dar y se- ría esa separación el más horrible martirio, la más amarga muerte. —Ven, ven, entra. No quiero que aquí nos vea el servicio, ¿Recuerdas, Raquel, me dijiste que habías tenido intención de matar á los cuatro, envenenando el almuerzo convite? —Si. —¿Nombraste un Duque, pretendiente si yo mal no recuerdo? Si. —¿Es éste por ventura? Raquel leyó la tarjeta desde el principio hasta el fin. —El mismo. ¡Oh! ¡Innoble! Porque sabe la falta de tu mano derecha. —Te sulfuras. No tengas pena. Yo doy gracias á Dios en esta ocasión de tener una mano menos. Si estuviese bien, acaso mi ca- tolicismo no tuviese aún bastante arraigo y virtud para contener- me, disfrazándome el amor propio con el honor, lo que es falta verdadera de verdadera religión. Pero siento al mismo tiempo no estar apto para hacer á Dios un verdadero sacrificio dejando de esgrimir mi espada contra quien asi me ultraja. —¡Oh! Aborrécele de corazón, lo demás lo haré yo. —¿Y qué harás tú? —¿Qué? Me siento capaz de asesinarle, si no acepta que mi de- recha supla la falta de la tuya. Dí que le odias, maldícelo, encien- de mi sangre, y no quedará en sus venas gota que no salga á regar la tierra que le sostiene. —Raque!... no te excites de ese modo frenético. Te hago ade- más responsable de que mi papá sepa ni una palabra; porque entonces ante esa ofensa indigna por la provocación á mi estado, no habrá más desafío que ir él mismo á buscarle, y le dará una estocada suceda lo que quiera. —¿A tu papá? ¿para qué? Yo, yo misma. Dame la carta, ¿4 qué hora dice? ¿4 qué hora? —Quieta, Raquel. Tienes instintos de hiena, respiras sangre,

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